Estoy convencido de que
vosotros os habéis emocionado, igual que yo, al escuchar cantar por boca de su
autora esta letra: “Volver a los diecisiete después de vivir un siglo / es como
descifrar signos sin ser sabio competente / volver a ser de repente tan frágil
como un segundo /…”. Aunque el tiempo de los cantautores parezca estar ya caducado,
por pertenecer a aquella época pretérita de rebeldía y juventud que se nos fue
para nunca más volver. Hablo de una de las cantautoras más destacadas del
ámbito hispanoamericano: Violeta del Carmen Parra Sandoval. Nacida el día 4
de octubre de 1917 en la provincia de Ñuble, al sur de Chile. Hija de una
modista y de un bohemio profesor de música, muy frágil desde niña, creció en el
seno de una familia numerosa donde se cultivaba el amor por las bellas artes y
en especial por el canto y la música. No es de extrañar, pues, que primara en
casi todos ellos la dedicación a la música folclórica (Hilda, Violeta, Lalo, Roberto y Lautaro),
pero también a la poesía (Nicanor) e incluso al circo (Oscar).
Pasó su niñez en el campo. A los 9 años aprendió a tocar la guitarra y a
los 12 compuso sus primeras canciones. En 1927 murió su padre y Violeta viajó a
Santiago de Chile con su hermano Nicanor, pero abandonó la
escuela porque ya tenía clara su vocación de cantante desde su compromiso
político de izquierdas. Este año, con motivo del centenario de su nacimiento,
le han tributado homenajes populares y publicado biografías. ¿Acaso tiene que
pasar un siglo para acceder definitivamente al panteón de los inmortales?
Empero, su personalidad sigue siendo enigmática. Su hermano Nicanor, flamante
Premio Cervantes 2011, en el poema “Defensa de Violeta Parra”, le dice: “Bailarina
del agua transparente / Árbol lleno de pájaros cantores / Violeta Parra. // Has
recorrido toda la comarca / Desenterrando cántaros de greda / Y liberando
pájaros cautivos / Entre las ramas. // Preocupada siempre de los otros / Cuando
no del sobrino / ............... de la tía / Cuándo vas a acordarte de ti misma
/ Viola piadosa”. Se suicidó en 1967. Pese a ello, nos dejó una de las
canciones más hermosas del mundo: “Gracias a la vida que me ha dado tanto / Me ha
dado el sonido y el abecedario / Con él las palabras que pienso y declaro / Madre
amigo hermano y luz alumbrando // …”. Inolvidable.
José María Martínez Laseca
(23 de noviembre de 2017)
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