martes, 7 de marzo de 2017

María Moliner

Érase una vez una mujer, apenas conocida, llamada María Moliner Ruiz. Fue la segunda de los tres hijos del matrimonio formado por Enrique y Matilde. Vino al mundo el 30 de marzo de 1900. Su padre era entonces el médico de Paniza (Zaragoza). Apenas tuvo infancia. En 1902 la familia se trasladó a Almazán (Soria) y casi de inmediato a Madrid, donde nace su hermana. Ingresó en la Institución Libre de Enseñanza, lo que le permitió asistir a las clases del filólogo Américo Castro. Pero su padre, tras viajar a Buenos Aires, los abandonó definitivamente. Eso forjó su carácter de firmeza, tozudo. Es de las primeras españolas en ir a la Universidad. En la Facultad de Filosofía y Letras de la de Zaragoza se formó como filóloga y lexicógrafa, participando en el Diccionario aragonés. Se licenció en Historia en 1921. Por oposición accedió al cuerpo de Archiveros, Bibliotecarios y Arqueólogos. Su destino, en 1922, fue Simancas. En 1924 pasó a Murcia, donde se casó, e impartió clases en su Universidad. Comprometida con los ideales de justicia y libertad de la Segunda República, se implicó en la tarea de las Misiones Pedagógicas, con su labor educativa y formativa de los bibliotecarios rurales hacia sus lectores. Tras la guerra civil fue relegada en el escalafón y deportada a Valencia. En Madrid, sufrió el exilio interior con el franquismo.  
            Por eso causa asombro su titánico esfuerzo, nadando contra corriente. Acometiendo, ella sola, a lo largo de 15 años, a lápiz, con su propia mano, un diccionario que ponía el uso del español al cabo de la calle. Gracias a Dámaso Alonso, fue editado por Gredos (dos volúmenes) en 1966 y 1967. De aquí que ahora se cumpla su 50 aniversario. Un diccionario que ha merecido el fervor de los hablantes. El más completo, más útil, mas acucioso y más divertido de la lengua castellana, dos veces más largo que el de la Real Academia de la Lengua (RAE), y, a juicio de García Márquez, más de dos veces mejor. Pero obtuvo el rechazo de la RAE, que la vetó en su ingreso en la institución. Como ella dijo: “Si ese diccionario lo hubiera escrito un hombre: ¡Pero y ese hombre cómo no está en la Academia!”. Sin embargo, ella era mujer. Murió en Madrid, el 22 de enero de 1981. Que la cultura es un vehículo de regeneración social, fue su gran convicción. 
José María Martínez Laseca
(2 de marzo de 2017)     

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