Érase una vez una mujer, apenas
conocida, llamada María Moliner Ruiz. Fue la segunda de los tres hijos del
matrimonio formado por Enrique y Matilde. Vino al mundo el 30 de marzo de 1900.
Su padre era entonces el médico de Paniza (Zaragoza). Apenas tuvo infancia. En
1902 la familia se trasladó a Almazán (Soria) y casi de inmediato a Madrid,
donde nace su hermana. Ingresó en la Institución Libre
de Enseñanza, lo que le permitió asistir a las clases del filólogo Américo
Castro. Pero su padre, tras viajar a Buenos Aires, los abandonó
definitivamente. Eso forjó su carácter de firmeza, tozudo. Es de las primeras
españolas en ir a la Universidad. En
la Facultad
de Filosofía y Letras de la de Zaragoza se formó como filóloga y lexicógrafa,
participando en el Diccionario aragonés. Se licenció en Historia en 1921. Por
oposición accedió al cuerpo de Archiveros, Bibliotecarios y Arqueólogos. Su
destino, en 1922, fue Simancas. En 1924 pasó a Murcia, donde se casó, e
impartió clases en su Universidad. Comprometida con los ideales de justicia y
libertad de la Segunda República ,
se implicó en la tarea de las Misiones Pedagógicas, con su labor educativa y
formativa de los bibliotecarios rurales hacia sus lectores. Tras la guerra
civil fue relegada en el escalafón y deportada a Valencia. En Madrid, sufrió el
exilio interior con el franquismo.
Por
eso causa asombro su titánico esfuerzo, nadando contra corriente. Acometiendo,
ella sola, a lo largo de 15 años, a lápiz, con su propia mano, un diccionario
que ponía el uso del español al cabo de la calle. Gracias a Dámaso Alonso, fue
editado por Gredos (dos volúmenes) en 1966 y 1967. De aquí que ahora se cumpla
su 50 aniversario. Un diccionario que ha merecido el fervor de los hablantes.
El más completo, más útil, mas acucioso y más divertido de la lengua castellana,
dos veces más largo que el de
José María Martínez Laseca
(2 de marzo de 2017)
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