Si el asesinato de Federico García
Lorca ha hecho correr ríos de tinta, el hallazgo de su tumba ha hecho remover
toneladas de tierra. Cuando se inició la búsqueda, su familia se opuso
tajantemente por entender que podría convertirse en "un espectáculo
mediático”. El investigador Ian Gibson, partiendo de testimonios orales, insistía
en el lugar conocido como Fuente Grande, muy próximo al barranco de Viznar, en
el municipio de Alfacar. Pero allí se excavó en vano. Recién, 80 años después
de su muerte, un equipo de la Universidad
Politécnica de Valencia ha vuelto a intentarlo en el Peñón
Colorado, señalado por el general Nestares, hijo de José Mª Nestares Cuellar –entonces
jefe del Frente de Viznar y falangista– como el lugar de los enterramientos.
Resultado de las pesquisas: una bala y un casquillo. Ni huesos, ni ropas. Su
conjetura en el informe final: “los restos fueron exhumados poco tiempo después
cuando estaban en fase cadavérica no esquelética”. Tal vez para borrar toda
huella de un caso que tuvo “gran repercusión en la prensa internacional” y que es símbolo del horror de nuestra Guerra
Civil.
“El
crimen fue en Granada” escribió Machado. Su trama nos la cuenta Miguel
Caballero en “Las 13 últimas horas en la vida de García Lorca”. Habla de
rencillas privadas, de rivalidades entre la familia de Lorca y los clanes de
los Roldán y los Alba, terratenientes granadinos. Federico buscó refugio en
casa de los hermanos Rosales. Pero, Nicolás Velasco Simarro, ordenó su detención.
Sobre las 13 h. del 16 de agosto de 1936, fueron a buscarle Ramón Ruiz Alonso,
Federico Martín Lagos y Juan Luis Trescastro Medina. En el Gobierno Civil
estaban el comandante Valdés Guzmán, Julio Romero Funes, José Mingorance Jaraba
y los hermanos José, Antonio y Manuel Jiménez de Parga, abogados. “Se le vio
caminar entre fusiles,/por una calle larga,/salir al campo frío,/aún con
estrellas de la madrugada”. Testigos en Viznar: José Mª Nestares y Manuel José
Martínez Bueso, este con marcado papel de verdugo. “Mataron a Federico/cuando
la luz asomaba”. Sus asesinos sabían bien a quien mataban y lo que mataban. Después
–al decir de García Posada–, quisieron tapar, prohibir, envilecer incluso su
memoria. No lo han conseguido. Su voz –poesía, teatro, prosa– está más viva que
nunca. Cual plenilunio en el centro de la noche oscura. Fresca su fragancia de
jazmín.
José María Martínez Laseca
(23 de febrero de 2017)
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