Hay ciertas mujeres, que, en su
papel de musas, han estimulado la inspiración de celebrados poetas,
favoreciendo su actividad creadora. Entre los casos más cercanos a nosotros
tenemos a Leonor Izquierdo Cuevas (Almenar de Soria, 12 de junio de 1894-Soria,
1 de agosto de 1912) con Antonio Machado y a Francisca Sánchez del Pozo (Navalsauz,
Avila, 4 de junio de 1879-Madrid, 6 de agosto de 1963) con Rubén Darío, el
ruiseñor de Nicaragua. Leonor fue esposa breve de Antonio Machado, pues tan
solo convivieron cuatro años hasta el fatal desenlace. (“¿No ves, Leonor,
los álamos del río / con sus ramajes yertos? / Mira el Moncayo azul y blanco; /
dame tu mano y paseemos.”). Francisca, durante quince años, fue la compañera de
Rubén Darío (“Ajena al dolo y al sentir artero, / llena de la ilusión que da la
fe / lazarillo de Dios en mi sendero / Francisca Sánchez, acompáñame”). Ambas
mujeres tienen una procedencia humilde. Machado
se casa con Leonor que es la hija de sus pupileros en la pensión de la calle
Estudios, 7 de la ciudad de Soria. Darío se enamora perdidamente de Francisca,
la hija analfabeta de un jardinero, mientras paseaba por los jardines del
Palacio Real de Madrid. Y pese a no estar divorciado de Rosario Murillo,
Francisca sería su compañera hasta el final de sus días. Así es como las dos
salen del anonimato para subir al alto pedestal de la fama, instalándose entre
los grandes amores que en la historia han sido.
Tenemos
noticia cierta del encuentro entre ambas. Fue en París. Tras sufrir Leonor el
14 de julio de 1911 una hemotisis brutal, hubo de ser hospitalizada en la Maison
municipale de santé, calle de Faubourg Saint-Denis, n° 200. Allí la
atendía como enfermero fiel Antonio Machado y allí la visitarían la compañera española
de Rubén Darío, junto con su hermana Mariquita. Francisca Sánchez recordaría
así a Leonor: “Llevaba un gorro blanco, según la moda de la época, que a ella,
aún tan niña, le hacía parecer una monjita”. Tras la partida de su amado, para
nunca más volver, Francisca conservaría un baúl azul con buena parte de la obra
literaria de Rubén Darío, y que donaría al Estado en 1956. En los fondos de ese
archivo, depositado en la Universidad
Complutense de Madrid hay varías cartas dirigidas por Antonio
Machado a Rubén Darío. Las que certifican su sincera amistad.
José María Martínez Laseca
(11 de marzo de 2017)
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