Viajo a Madrid, rompeolas de
todas las Españas. Paseo por sus calles y plazas más céntricas. Ciudad
cosmopolita y hospitalaria donde las haya. Una parte importante de mi vida ha
transcurrido por ella. Desde la época en que me trasladé del Colegio Universitario
de Soria (CUS) para cursar el 2º ciclo de Filología Hispánica en su Universidad
Autónoma (UAM), sita en el campus de Cantoblanco. Ambiente universitario con
inquietudes políticas y manifestaciones públicas de protesta, corriendo para
esquivar los palos de los grises. Tiempo difícil, pues no fue un camino de
rosas, precisamente, el de la transición democrática, por acometerse el
desmantelamiento de la dictadura de Franco, que quiso dejarlo todo atado y bien
atado.
Se
dice que los recuerdos son esas impresiones que cobijan en nuestro cerebro los hechos
elaborados con percepciones sensoriales. Así, hay sucesos para no olvidarlos. Cuya
narrativización o relato conforma nuestra memoria. Y yo lo recordé, al pasar
junto al portal nº 55 de la calle Atocha, donde una placa anota los nombres de
las victimas de aquel asesinato múltiple. Ocurrió el lunes 24 de enero de 1977. A las diez y media de
la noche sonó el timbre del despacho. Al abrir la puerta irrumpieron tres sicarios
que dispararon contra todos los presentes. Cinco personas cayeron muertas: los
abogados laboralistas Luis Javier Benavides, Francisco Javier
Sauquillo y Enrique Valdevira, el administrativo Ángel Rodríguez
Leal y el estudiante Serafín Holgado. Y cuatro más quedaron malheridos: Luis Ramos, Dolores
González Ruiz, Alejandro Ruiz Huerta y Miguel Sarabia. Era una acción
urdida por la ultraderecha contra quienes (como el PCE y CCOO) plantaron más
cara al régimen franquista. Solo cumplieron condena cuatro de sus culpables.
Los que nunca mostraron arrepentimiento.
Sabemos
que toda memoria es siempre colectiva, porque las palabras que nos permiten
verbalizar el recuerdo se ven compartidas por el grupo al que se pertenece. A
pocos metros, en la plaza de Antón Martín una escultura reproduce “El abrazo” de Juan Genovés,
símbolo de la restauración de la libertad. “Si el eco de su voz se debilita,
pereceremos (Paul Éluard)”. Nos recuerda, 40 años después, la deuda de respeto
y agradecimiento que aún tenemos contraída con aquellos abogados mártires de la
matanza de Atocha.
José María Martínez Laseca
(26 de enero de 2017)
No hay comentarios :
Publicar un comentario