La cascarrona urraca, que todo lo
sabe, mi vecina del locus amoenus, por donde traza el Duero su curva de
ballesta en torno a Soria, aprovechando su viaje a la ciudad de Burgos, por
motivos familiares, y conocedora de mi ingreso hospitalario en el Centro de
Recuperación de Fauna "Los Guindales", vino a visitarme. A
interesarse por mi estado de salud, tras el atentado que sufrí en la tarde del
pasado 5 de enero y que tan cerca me
tuvo de la muerte. Me trajo recuerdos de los colegas de por allá y sus mejores
deseos. Con su gran labia, me habló del impacto que el caso había tenido en la
sociedad soriana. Del seguimiento hecho por los medios de comunicación: prensa,
radio y televisión, sin tampoco olvidar las redes sociales. Habían corrido ríos
de tinta y titulares en primera página. Me contó del rechazo contra quien, con
premeditación, disparó su escopeta tratando de cazarme, y más al ser yo especie
protegida. Que toda Soria estaba indignada. Pues ese comportamiento dejaba
mucho que desear. Los ecologistas de ASDEN lo habían denunciado ante la guardia
civil para que abriera diligencias y tratara de dar con su paradero, reclamando
a tal fin la colaboración ciudadana. También, por parte de la Federación de Cazadores
se había emitido un comunicado condenado el episodio y calificando de indigno al
agresor.
Me pidió doña urraca que le contara cómo pasó todo. Yo le dije recordar muy bien que en aquellos días de Navidad, había mucha gente paseando por el Duero. Que yo me sentía observada. Y me creía popular y querida. Por eso me exhibía nadando con estilo y sumergiéndome en el agua para aparecer, de repente, por sorpresa. Con los hielos me deslizaba por la superficie. Todos me fotografiaban. Pero tales excesos de exposición los aprovechó el canalla que me disparó. Yo iba a peor, con un terrible dolor de cabeza por las heridas causadas por los perdigones. A punto de perder la conciencia, opté por internarme en la ciudad y esa decisión fue la que me salvó la vida. Las buenas gentes de AMAR me recogieron y me procuraron los primeros auxilios. Después, otros me trasladaron hasta aquí. Cuando regreses a nuestro habitual hábitat del Duero, diles a todos que espero verlos muy pronto. (Pero la vieja nutría, agotada y ciega, ya nunca regresaría a su casa).
Me pidió doña urraca que le contara cómo pasó todo. Yo le dije recordar muy bien que en aquellos días de Navidad, había mucha gente paseando por el Duero. Que yo me sentía observada. Y me creía popular y querida. Por eso me exhibía nadando con estilo y sumergiéndome en el agua para aparecer, de repente, por sorpresa. Con los hielos me deslizaba por la superficie. Todos me fotografiaban. Pero tales excesos de exposición los aprovechó el canalla que me disparó. Yo iba a peor, con un terrible dolor de cabeza por las heridas causadas por los perdigones. A punto de perder la conciencia, opté por internarme en la ciudad y esa decisión fue la que me salvó la vida. Las buenas gentes de AMAR me recogieron y me procuraron los primeros auxilios. Después, otros me trasladaron hasta aquí. Cuando regreses a nuestro habitual hábitat del Duero, diles a todos que espero verlos muy pronto. (Pero la vieja nutría, agotada y ciega, ya nunca regresaría a su casa).
José María Martínez Laseca
(19 de enero de 2017)
No hay comentarios :
Publicar un comentario