El maestro nos refería las
disputas por el control del Mediterráneo –con Hispania de por medio– entre las
dos grandes potencias del momento: Roma y Cartago. Y crecía nuestro asombro
niño al oír las gestas de tres generales cartagineses de la saga de los Barca:
Amílcar, Asdrúbal y Aníbal, capaces de poner en jaque al todopoderoso imperio
romano. Destacaba Aníbal, tenido por uno de los mayores estrategas de la
historia y cuya vida ha pasado a películas y novelas. Recién, la prensa
comentaba un estudio de arqueólogos y microbiólogos basado en el hallazgo de
antiguos excrementos de caballos en el Col de la Traversette , que
podría aclarar el misterio de por dónde, tras partir de Sagunto en la primavera
del 218 a .
C. y cruzar los Pirineos por el sur de Francia, había pasado Aníbal los Alpes
en otoño al frente de un ejército mercenario de 30.000 hombres, 15.000 monturas
de caballería y 37 elefantes. Tan difícil operación le hizo perder sus
elefantes y otros efectivos, si bien alcanzó la Península Itálica
y triunfó en el río Trebia y en el lago Trasimeno. Pero, el gran choque armado,
en esta Segunda Guerra Púnica, tendría lugar en agosto del año 216 a . C. cuando Aníbal se
enfrentó a las legiones romanas al mando de los cónsules Emilio Paulo y
Terencio Varrón en la batalla de Cannas.
Es en este contexto histórico
donde se enmarca “Iberus”, la segunda novela de Pablo Incausa García (antes fue
“Niebla en la trinchera” (2014), ambientada en Verdún (1916), la ofensiva más
larga de la Primera
Guerra Mundial). Con un narrador omnisciente en tercera
persona, y la clásica trama de planteamiento (presentación de los guerreros
sedetanos), nudo (con la muerte de su líder) y desenlace (retorno de los
supervivientes a su aldea), nos cuenta las vicisitudes de un grupo de íberos
del Valle del Ebro que, insertado en el ejército cartaginés, participa en tan
célebre –por la táctica de Aníbal– como sangrienta contienda, tenida por “la
madre de todas las batallas”. Dos hermanos con
personalidades opuestas: Terkinos, el mayor y más reflexivo, y Abiner,
muy impulsivo, son sus protagonistas. El relato evidencia la metamorfosis del
menor. Su lenguaje ágil, claro y preciso, tanto en la narración como en las
minuciosas descripciones y en los diálogos, hace sumamente placentera esta
lectura, tan recomendable.
José María Martínez Laseca
(8 de mayo de 2016)
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