viernes, 13 de mayo de 2016

Iberus

El maestro nos refería las disputas por el control del Mediterráneo –con Hispania de por medio– entre las dos grandes potencias del momento: Roma y Cartago. Y crecía nuestro asombro niño al oír las gestas de tres generales cartagineses de la saga de los Barca: Amílcar, Asdrúbal y Aníbal, capaces de poner en jaque al todopoderoso imperio romano. Destacaba Aníbal, tenido por uno de los mayores estrategas de la historia y cuya vida ha pasado a películas y novelas. Recién, la prensa comentaba un estudio de arqueólogos y microbiólogos basado en el hallazgo de antiguos excrementos de caballos en el Col de la Traversette, que podría aclarar el misterio de por dónde, tras partir de Sagunto en la primavera del 218 a. C. y cruzar los Pirineos por el sur de Francia, había pasado Aníbal los Alpes en otoño al frente de un ejército mercenario de 30.000 hombres, 15.000 monturas de caballería y 37 elefantes. Tan difícil operación le hizo perder sus elefantes y otros efectivos, si bien alcanzó la Península Itálica y triunfó en el río Trebia y en el lago Trasimeno. Pero, el gran choque armado, en esta Segunda Guerra Púnica, tendría lugar en agosto del año 216 a. C. cuando Aníbal se enfrentó a las legiones romanas al mando de los cónsules Emilio Paulo y Terencio Varrón en la batalla de Cannas. 
Es en este contexto histórico donde se enmarca “Iberus”, la segunda novela de Pablo Incausa García (antes fue “Niebla en la trinchera” (2014), ambientada en Verdún (1916), la ofensiva más larga de la Primera Guerra Mundial). Con un narrador omnisciente en tercera persona, y la clásica trama de planteamiento (presentación de los guerreros sedetanos), nudo (con la muerte de su líder) y desenlace (retorno de los supervivientes a su aldea), nos cuenta las vicisitudes de un grupo de íberos del Valle del Ebro que, insertado en el ejército cartaginés, participa en tan célebre –por la táctica de Aníbal­– como sangrienta contienda, tenida por “la madre de todas las batallas”. Dos hermanos con  personalidades opuestas: Terkinos, el mayor y más reflexivo, y Abiner, muy impulsivo, son sus protagonistas. El relato evidencia la metamorfosis del menor. Su lenguaje ágil, claro y preciso, tanto en la narración como en las minuciosas descripciones y en los diálogos, hace sumamente placentera esta lectura, tan recomendable.  
José María Martínez Laseca
(8 de mayo de 2016)

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