sábado, 28 de mayo de 2016

El zarrón de Almazán

Siempre por primavera. “…por mayo, cuando hace la calor, cuando los trigos encañan y están los campos en flor, cuando canta la calandria y responde el ruiseñor”.  Los días 17 y 18, concretamente, irrumpe por las estrechas calles de Almazán, sembrando la inquietud entre la chiquillería, la singular figura de “El zarrón”, en número de dos y a veces hasta de tres. Lo hace en el marco de las fiestas en honor a San Pascual Bailón [1540, Torrehermosa (Zaragoza)-1592, Villarreal (Valencia)], patrón de los pastores de la villa. Las organiza la cofradía de su nombre, fundada en 1816, con sus dos mayordomos presidiendo. Yo he asistido al ritual muchas veces. Acabada la misa en la iglesia parroquial de San Pedro, desciende la procesión con el santo en andas hacia la plaza mayor y le acompañan los danzantes, que al son de la música muestran sus variantes coreográficas de paloteo y castañuelas, servidos por un “palillero”. Pero, sin duda, es  “El zarrón” su personaje central.
A mí me llamó la atención un nombre tan raro e indagué al respecto, pudiendo comprobar su manifiesta relación etimológica con “zaharrones” (al fundirse “zaga” y “zamarra”): “zamarrones” y “zaangarrones” de Asturias, “zamarreros” de Navarra, “cigarrons” de Galicia, etc., figuras carnavalescas todas ellas, participantes, según Julio Caro Baroja, en muchas mascaradas de invierno. En la provincia de Soria va a emparentar, pues, con el “zarragón” presente en varias danzas locales ya desaparecidas, por lo que “El zarrón” se puede considerar su último superviviente. Lo encarna un hombre estrafalario, ataviado con chaqueta y pantalón de cuero, con albarcas y sombrero de ala guarecido de plumas de rapaces y rabos de corderos y provisto de un garrote o zurriago del que cuelga una bolsa de lana. Francisco del Rosal, en 1601, dijo que eran “máscaras para detener y espantar la canalla enfadosa de muchachos (…) y así para más horror de estos, las visten en hábitos y figura de diablo”. Diablos, seres híbridos o monstruos (de “mostrare”) que servían para recordar a la gente el bien frente al mal. La necesidad de mantener una vida apartada de vicios y perversiones  evitando con ello el infierno. Porque en el fondo toda fiesta entraña un ansiado deseo de felicidad para hombres y mujeres, en tanto que vivos murientes.
José María Martínez Laseca

(19 de mayo de 2016)        

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