Quitamos de la pared de la cocina
de mi casa, ya afeado, el clásico reloj que con sus 3 agujas-brazos marcaba sobre
su esfera el paso de las horas, minutos y segundos y lo sustituimos por otro más moderno. Un reloj redondo
sí, pero radiocontrolado y con pantalla LCD, que aporta muchos más datos y con
mayor precisión. Así, junto con las consabidas horas, minutos y segundos,
también nos informa del nombre del día y de la semana que transcurre. Anota la
fecha: día, mes y año, la temperatura ambiental en grados centígrados y añade algo
que a mí me ha resultado lo más chocante de todo: la fase en que se encuentra
el astro lunar. Uno sabe muy bien que, en tanto que seres vivos, los hombres
somos efímeros, muertos de permiso. A fin de cuentas, no otra cosa que el
tiempo que nos falta. De ahí nuestra dependencia del calendario como medidor de
ciclos. Empero, por lo que se ve en nuestro nuevo reloj, ahora deberemos tener
muy en cuenta a la luna.
Además de ese sol nuestro de cada
día, tendremos que estar muy pendientes de esa enigmática luna que luce en
medio de la noche oscura, sea estrellada o no. De hecho, ya las tribus indias
sabían del correr del tiempo mediante lunas contadas, e incluso el mismo mes o gavilla
de 30 días viene a suponer lo que tarda la luna en dar la vuelta a la tierra.
“La luna y tú” es un libro de Julia Almagro que trata de esa estrecha relación
entre el hombre y la luna. Que dice que la luna ejerce una fuerte influencia
sobre todos nosotros y muy especialmente sobre la mujer. Pues esa luna reguladora de mareas también
actúa sobre nuestra sangre, en la propia menstruación de la mujer y, en
consecuencia, marca sus ritmos de fertilidad. Es la diosa Selene de la antigua
Grecia, el dios innominado de los celtíberos que en el plenilunio danzaban en
su honor a la puerta de sus casas. Ese cuerpo celeste tan adorado por los
enamorados (en eterna luna de miel), y por los poetas que reclaman su presencia,
como Lorca: ¡dile a la luna que venga…!.
Y es que el sol aparece y
desaparece. Ni más ni memos. Mientras que la luna al evolucionar en sus cuatro
fases (nueva, creciente, llena y menguante) nos relata mejor el mito esperanzador
del eterno retorno: nosotros, que también nacemos, crecemos y morimos, al igual
que la luna, volveremos a nacer de nuevo.
José María Martínez Laseca
(26 de mayo de 2016)
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