Dicen que la memoria es un gran
cementerio, pero aún hay personas capaces de recordar aquello que forma parte
de la memoria sentimental de esta ciudad. De todo cuanto un día fue y que ha
marcado de algún modo lo que hoy somos. Cosas que lo mucho que ha llovido o el
frío soplo del cierzo invernal han sido incapaces de borrar de nuestra mente.
Cierto es que muchas de aquellas cosas aparecen mezcladas. Aquí se han fundido bajo la sintética denominación de “El Casino”, en realidad
Círculo Amistad-Numancia. Una historia muy propia del mundo al revés, al ser el
pez chico quien acabó comiéndose al grande. Más categoría tenía el primero en
fundarse, el Casino de Numancia (cuando el romanticismo buscaba identidades). Lo
hizo en 1848, ubicándose en la planta noble de un céntrico edificio de El
Collado. Después, el año 1865, en ese mismo inmueble, pero en la planta baja,
abrió sus puertas el Círculo de la Amistad.
Los dos, pues, de época isabelina, cuando la burguesía -asentada
en profesión, dinero y propiedad- buscaba su recreo y diversión (juego de
cartas, tertulias de café y de barra, bailes de sociedad, teatro, cine,
conciertos, recitales y lectura) en estos ambientes sociales donde se
encontraban como en su propia casa. Las sórdidas tabernas quedaban para el
proletariado. Era, por entonces, cuando Julián Sanz del Río, con el Krausismo,
removía conciencias frente a la cerrazón.
Como a buenos vecinos tampoco les
faltaron rivalidades y disputas. Gaya Nuño en “El Santero de San Saturio”
advierte que los socios del Casino de Numancia eran más distinguidos: médicos,
abogados, magistrados, catedráticos, altos cargos y Gobernador Civil; por lo
que contrastaban con los del Circulo de
José María Martínez Laseca
(8 de octubre de 2015)
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