viernes, 12 de junio de 2015

Palabras para el tránsito a la jubilación

ompañeras y compañeros: buenos días y saludos cordiales.
Todos conocéis el mito de la Esfinge, que preguntaba a los viajeros: ¿cuál es el animal que por la mañana tiene cuatro pies, dos al mediodía y tres en la tarde? Fue Edipo quien resolvió el enigma respondiéndole que era el hombre, puesto que en su infancia gatea sobre sus manos y sus pies; después, ya crecido, anda sobre sus dos pies y, llegada la senectud, se ayuda de un bastón.
Me pidieron, al ser profesor de literatura (cuyo cometido es tocar a los otros y hacerles cavilar), que os dirigiera una alocución con tan fausto motivo cual el que, hoy, aquí nos convoca: una despedida, un hasta siempre. Como si yo, nadador contracorriente, fuera experto en el difícil arte de hablar bien.
Para nada atendieron mis objeciones, así que cargué con la encomienda y me di a pensar por tener algo sensato que deciros, pese a ser la primera vez que me encuentro, como es obvio, en uno de estos ritos de paso al otro lado.  
El tema a tratar estaba claro, por lo que, obediente, me puse a hacer los deberes para vestir con palabras y emociones mis pensamientos. Y opté por llamar a las cosas por su nombre. Sin esos eufemismos, que prostituyen el lenguaje, tales como “crecimiento negativo”, “reformas estructurales”, “movilización exterior”, etc., que parió la crisis económica, con la fea intención de ocultar la cruda realidad en que nos encontramos. Trabajando más con menos salario.
Iré, en consecuencia, al grano. A lo de la jubilación (voluntaria en casos como el mío  y tal vez forzada en otros). Es un tópico, o lugar común, entre los clásicos de nuestra lírica, este del paso del tiempo, dado que el tiempo no se detiene: “tempus fugit”. Porque nuestras vidas, en atinada expresión manriqueña, “son los ríos que van a dar a la mar”. Somos, por consiguiente, entes efímeros, mero tiempo acotado, seres hacia la muerte, como advirtió el filósofo existencialista alemán Martin Heidegger, pues se nos niega la luz en un día cualquiera.
Hemos llegado hasta aquí por ley de vida, a uno de esos momentos críticos, en que bien podríamos escribir nuestras memorias de viejos profesores enamorados de su función educativa, puesto que se nos aduce que tenemos ahora más caudal de recuerdos que de proyectos. Más pasado que futuro.
Indudablemente que, desde esta atalaya de la edad, disponemos de tan buena perspectiva que uno puede contemplar, a través del espejo retrovisor, los meandros del largo camino recorrido en la práctica de la enseñanza. Una noble tarea elegida por vocación. Que parte de la premisa de que todo niño que nace es un dios hecho hombre. A sabiendas de que la educación pública es un derecho primordial. El único ascensor eficaz, ya que corrige las desigualdades sociales  que causa el entorno.
Entendemos, por ello, que si damos a cada alumno la oportunidad de aprender (conocimientos, habilidades y valores) le estamos dando las herramientas para realizarse individualmente, para desarrollar su propio criterio y pensamiento y ser él mismo. Para que así pueda contribuir a hacer posible un mundo mejor.
No ha sido fácil la tarea acometida, con harta burocracia, teniendo que pelear como quijotes comprometidos con una buena causa, enfrentándonos al trajín de la sopa de letras generada por las sucesivas reformas educativas. Desde la Ley General de Educación de 1970, pasando por la LOECE (1978), LODE (1985), LOGSE (1990), LOPEG (1995), LOCE (2002), LOE (2006), hasta llegar a la actual LOMCE (2013), en paralelo con los sucesivos cambios de signo político en el Gobierno de la Nación. Sin pacto educativo.
Empero, con esa larga hoja de servicios prestados, yo os veo como a heroicos generales forjados en mil batallas, que llevan prendidas en su uniforme las medallas acreditativas de su probado valor. Bien que aquí en son de paz.
Sé que algunos, nostálgicos, recordaréis a los muchos compañeros y amigos que dejáis atrás. Necesitamos recordar para saber quienes somos. También repasaréis la evolución de la enseñanza, desde el tradicional uso de la tiza y la pizarra a las endemoniadas pizarras digitales con la revolucionaria aplicación de las TIC en el aula. Y mientras que unas personificaréis vuestro ideal del magisterio (conocimientos, estética y ética) en profesoras tan entusiastas como la de “Mentes peligrosas”, otros lo centraréis en profesores socráticos cual el de “El club de los poetas muertos”. Todavía habrá quien, rememorando la diversidad de alumnos (“torpes y listos”, “dóciles y ariscos”) que tuvo a su cuidado, tras tantos cursos monótonos y prolijos,  recitará emocionado, en voz baja, aquellos versos de Gerardo Diego alusivos a algún verdadero discípulo que inmortalizará su nombre y apellidos al recordarlo con gratitud y afecto. Así como nos dice Arriano que Alejandro Magno, hablando agradecido de su maestro Aristóteles, llegó a decir: “Si a mi padre le debo la vida, a mi maestro le debo el triunfo”.  
En el mundo globalizado y de Internet en que vivimos, regido por las despiadadas leyes del mercado, que todo lo convierte en mercancía, pues todo se compra y se vende; en el que tanto lo individual como lo colectivo se miden por el bolsillo; en el que se valora más al personaje que a la persona y en el que todo vale, menos los auténticos valores (respeto, tolerancia, esfuerzo, solidaridad…) que apenas sí valen, pues es sabido que “todo necio confunde valor y precio”; yo vengo a reivindicar para todos nosotros, aquí y ahora, como entendía Juan Antonio Gaya Nuño, que el verdadero éxito estriba en la satisfacción interior. Aunque nos estemos quedando solos los pocos que así pensamos. Porque debemos sentirnos orgullosos de los logros conseguidos en tan arduo empeño como el de enseñar a ayudar a pensar a niños y adolescentes. Frente a la dura competencia de la televisión y demás pantallas. Lo ilustra bellamente el monumento situado en la Plaza del Maestro, en Zamora, donde, sobre un pedestal, se alzan las figuras de un alumno y su educador que le indica un lugar en el horizonte.
Pero no debo desviarme del tema. A decir verdad, esto de la jubilación produce una extraña sensación agridulce. Un tanto amarga, puesto que viene determinada por la acumulación de años. Y, sin embargo, etimológicamente la palabra  Jubilación procede del latín "jubilare", que significa “gritar de alegría”. “Me encuentro jubiloso”, han contestado a mi pregunta algunos compañeros que ya han cruzado la raya, con cierto regocijo de celebración en su rostro.
Siendo cual es el español una lengua loable (lo hable quien lo hable): ¿cómo podríamos nombrar a todas estas personas que, como nosotros, se jubilan de la profesión educativa? Yo, a la manera de Luis Piedrahita, empeñado en etiquetar fenómenos que no tienen una palabra que los designe, propongo llamarlos: “viejóvenes”. Un vocablo que quiero interpretar en sentido positivo, aplicado a personas mayores, sí, pero jóvenes de espíritu, contrastándolos con las juventudes viejas que criticara Antonio Machado.
Se abre, por tanto, para todos nosotros, un tiempo nuevo, de más libertad, ya que dejamos de estar bajo la dictadura de un horario estricto. Pero, este no debería ser tiempo de aburrimiento ni de pereza. Por el contrario, ha de servir para recrearnos con aquello que soñamos y que más nos gusta: leer los libros pendientes, viajar a ciertos lugares exóticos, o, simplemente, pasear tranquilos, solos o en buena compañía, por las márgenes del río Duero, disfrutando de la naturaleza, como hacen todos los jubilados que nos han precedido. Incluso para cultivar un huerto con nuestras propias manos. Os digo que lo más conveniente es permanecer activos. Aportando algo a lo ya hecho. Algo que fortalezca a los demás. Saboreando siempre, en el cotidiano vivir, toda la belleza que entrañan las cosas sencillas. El gozoso placer de la existencia.
No estaría de más que, al abrir la ventana de cada amanecer, pusiéramos como banda sonora la preciosa canción de Joan Manuel Serrat “Hoy puede ser un gran día”. Tarareando, en voz alta, su letra: “Pelea por lo que quieres / y no desesperes / si algo no anda bien. / Hoy puede ser un gran día / y mañana también”.
No hemos de resignarnos, ni dejarnos vencer por el desaliento, puesto que no hemos de abandonar las ansias de continuar haciendo de nuestras vidas algo extraordinario, pues somos seres llenos de pasión. Ahora, más que nunca, debemos aprovechar cada instante, ya que, como sentencia, rotundo, Andreu Buenafuente: la esperanza es lo último que se vende. No olvidemos nunca que hoy (anótese aquí la fecha de jubilación) puede ser un gran día. Que tenemos una excelente oportunidad para convertir nuestro otoño en primavera.
¡Salud y buena suerte para los próximos años de nuestras nuevas vidas! Compañeras y compañeros: ¡Ojalá que nos vaya bonito!
José María Martínez Laseca
(12 de junio de 2015) 

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