viernes, 16 de enero de 2015

Tristeza en París

Mis ojos se resintieron al pasar de la clara luz del día a la penumbra del bar “El Cielo”, por lo que no advertí la presencia de mis colegas. Pensé que llegaba el primero. No era así, y al punto me percaté de que ya estaban allí los dos. Al fondo del local, acodados en la barra, con sendas cañas de cerveza. Me acerqué a ellos y los saludé. Venía yo de mi larga caminata por las márgenes del Duero que, junto a la lectura, constituían ahora mis principales ocupaciones. “Mueve tus músculos y moverás tu corazón y tu cerebro” era mi máxima. Pero también había que divertirse y relacionarse. “El Chismoso” ojeaba la prensa, mientras que “El Espabilao” atendía al fluir de imágenes en la televisión de plasma, y repasaba los textos circulantes por la parte inferior de la pantalla.
Todavía, los atentados terroristas en la Francia de los principios republicanos copaban la cresta informativa, opacando otras noticias. París –uno de los epicentros del arte, cuya luz atraía a artistas y bohemios de todas partes, se había convertido así en una indiscutible y tal vez última capital cultural del mundo– estaba triste. El saldo final de los dos atentados –contra el semanario satírico “Charlie Hebdo” y un supermercado judío– era de 20 personas, con los 3 terroristas, lo que había causado una enorme conmoción. La gran manifestación de coraje contra el yihadismo, inédita por su amplitud, mostraba la solidaridad con Francia y su rechazo al terrorismo, tan poco amigo de la educación y la cultura.
“Hay locos en todas partes, como también hay gentes que incitan a la ira. Se ha de buscar la raíz del problema. Recuperando el sano juicio y el espíritu de convivencia, frente a quienes pretenden reprimir derechos y libertades que son de todos”, dijo “El Espabilao”. “Ha sido un claro ataque a la libertad de expresión –añadí yo–. Porque la caricatura hará burla, pero nunca mata. A los poderosos e intransigentes la crítica no les hace la menor gracia, pero nosotros sin la risa (y con miedo) estaríamos ya todos muertos”. “El Chismoso”, que nos estaba escuchando, extrajo de su bolsillo una bolita que se incrustó en la punta de su nariz. Era su particular manera de rendir homenaje a los humoristas asesinados y a las otras víctimas. Porque rojo era su color, como la misma sangre derramada.
José María Martínez Laseca
(15 de enero de 2015)       

    

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