La fantasía, en cuarto lugar, irrumpe en esta novela mediante una serie de artificios mágicos, al modo de historias dentro de la historia, como se constata tanto en el capítulo 5º “Alba de Aljubarrota” (derrota en la que intervinieron caballeros cristianos sorianos), con todo lo que tiene de onírico, así como en el capítulo 7º de “Las cueva de la Indecisión, los salones del Despiste”.
En quinto lugar: la profecía que es un tono de voz. Aquí estaría caracterizada por el narrador, que se nos manifiesta en primera persona al dirigirse al lector de este modo: “Yo soy Anselmo, Anselmo Pedroviejo, capitán derrotado en la guerra que terminó en España en abril pasado…” (pág. 8). Eso entraña una mayor emoción o cercanía al lector. Cual en la novela picaresca. Además lleva implícita una filosofía iconoclasta e irreverente que pone en cuestión todos los grandes principios oficializados.
En sexto y séptimo lugar estarían la forma y el ritmo. Respecto a la primera es de señalar la capacidad del autor de concebir este libro como una totalidad ya que las diversas subtramas convergen perfectamente en la trama principal. Del ritmo, bien se puede decir que, pese a la densidad de la información que aporta con sus digresiones, es capaz de llenarnos de sorpresa, frescor y esperanza en sus distintos capítulos, algunos de los cuales están cargados de lirismo, como se da en el ya citado capítulo 5º “Alba de Aljubarrota”, aludiendo al Cantar de los Cantares, y en el 15º “El libro de la vida”, con sabías reflexiones a modo de autoayuda.
Entre otros ingredientes narrativos están los escenarios por donde se desarrolla la acción, como son, dentro de su variedad, territorios de Francia, las ciudades de Barcelona y Madrid, los frentes de Aragón y la Sierra de Guadalajara y las mismas Tierras Altas de Soria (con el mágico lugar de Azacuerna). La temática es, asimismo, múltiple ya que encontramos presentes los tres tópicos literarios clásicos a los que aludía Miguel Hernández al decir: “Con tres heridas vengo, / con tres heridas yo: / la de la muerte, la de la vida y la del amor”. Sobre el desarrollo de la guerra yo advierto dos capítulos que nos tocan muy de cerca como sorianos. Son: el capítulo 6º “Las cien mil pesetas del Vizconde de Eza (De Bujaraloz a Bujalaro”) relativo al mítico Batallón Numancia fundado por Benito Artigas Arpón y al que se incorporó nuestro ilustre paisano Juan Antonio Gaya Nuño; y el capítulo 9º “Ellos vienen a veces” sobre la impactante represión padecida por vecinos de la localidad de San Pedro Manrique. (Referencias a la ciudad de Soria, a los Doce Linajes y a las Comunidades de Villa y Tierra).
No se desprende de lo dicho que estamos ante una novela de tesis política, sino, por el contrario, ante la evolución personal de un personaje complejo, como es Anselmo Pedroviejo, que trata de ajustar en sí mismo muchas pulsiones centrífugas.
Al fin y al cabo, la guerra que aquí nos cuenta Anselmo no Pedroviejo no es la de los nacionales ni la de los republicanos, sino la del pueblo en armas que desde los primero momentos toma las riendas de su destino y se lanza a hacer la revolución social, algo para lo que llevaba entrenándose desde hacía décadas. Tras el fatídico desenlace, ya en el campo de concentración de Argelés, Anselmo considera que la guerra no se perdió en abril de 1939, sino mucho antes, probablemente el mismo día que alguien decidió que había que sacrificar la revolución para defender la "legalidad republicana".
Afirmaba, con razón, Vargas Llosa que la lectura es la mejor academia del escritor. ARV es buena prueba de ello, ya que nos demuestra haber leído mucho y bien para poder documentar como es debido esta su novela. Aportando el conocimiento de un erudito en cuanto a pertrechos bélicos. Como cuando Anselmo tiene que enfrentarse a la invasión de los panzer alemanes, en el norte de Francia
Acabo ya. No sin antes hacer una escueta e interesada referencia al impulso y promoción de la lectura. De ello se nos habla también en la novela. Así en la página 134 nos dice el protagonista: “Como universitario y lector compulsivo, también me daba cuenta de las ingenuidades en la que a menudo caían los teóricos de la Anarquía”, y en la página 132: “Por esos años leí casi todos los clásicos del anarquismo, Bakunin, Kropostkin, Malatesta, etc, así como la abundante bibliografía libertaria publicada en España, tanto libros como publicaciones periódicas”. Y aún cuando en la 202 responde en el interrogatorio: “Bueno hay que leerlo todo. Además ¿no habéis oído eso de que “del enemigo el consejo”?
El acto de la lectura nos forja como personas lingüísticas que somos y mejora nuestra calidad de vida, nos dota de capacidad crítica para pensar por nosotros mismos. Leer es uno de los grandes placeres de esta vida. No hay más que observar a esa gente absorta con un libro en las manos cuando viaja en el metro de Madrid, por ejemplo, rumbo a su trabajo.
Que esta novela, “El sueño del spahi”, resultará gratificante para todo lector que se adentre en sus páginas. Por la amplitud de de su mirada que injerta lo local soriano en lo global o universal. Con acontecimientos históricos que forman parte de nuestra conciencia colectiva. Algo de obligado conocimiento y reflexión, aunque solo fuera para que nunca más vuelvan a repetirse. Y es que los tiempos cambian y la historia se olvida.
José María Martínez Laseca
(3 de enero de 2015)
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