Para todo hay, suele decirse, un aniversario. Por ejemplo, este año de 2014 se cumple el octavo centenario de la muerte del monarca castellano Alfonso VIII (que reinó entre los años 1158 y 1214). Si lo traigo aquí a cuento es porque su figura guarda muy estrecha relación con nuestra ciudad de Soria. Sabemos que al morir Alfonso VII, en 1157, repartió su reino entre sus dos hijos: a Fernando le dio León y a Sancho, Castilla. Pero Sancho III, el deseado, muere repentinamente y accede por ello al trono su hijo Alfonso VIII, cuando tan solo contaba 3 años de edad.
Su tutela se la disputan las familias de los Castro y los Lara, por lo que se vio trasladado a la entonces villa de Soria, criándose en la casa de un caballero del Linaje de Santa Cruz. No obstante, al ser reclamada la custodia por su tío, el Rey de León, que pretendía hacerse con su corona, fue puesto a salvo por Pedro Núñez de Fuentearmegil, quien lo llevó hasta San Esteban de Gormaz y después a Atienza. Por esta noble hazaña, junto con la participación de los caballeros sorianos en sucesivas batallas, Alfonso VIII otorgó a Soria generosas prerrogativas, entre las que se cuenta el denominado privilegio de los Arneses y otro por el cual los caballeros de los linajes de Soria solo tenían obligación de acudir a la guerra cuando participase el Rey, debido a que ostentaban la condición de protectores de su persona.
Gracias a tan generosos favores reales, Soria disfrutó en la época de uno de sus momentos de mayor prosperidad. Así se justifica que el primer gran núcleo monumental de Soria lo constituyan sus iglesias románicas del siglo XII. Pero tampoco se olvidó el Rey Niño de sus valedores sorianos en tiempo de desgracias. Así, tras el desastre provocado por la invasión de Sancho el Fuerte de Navarra, a finales del siglo XII, matando, quemando y robando todo cuanto hallaba; Alfonso VIII le otorgó el denominado Fuero Extenso, con el objetivo de propiciar una nueva afluencia de gentes. Dicho Fuero articulaba las relaciones de sus vecinos y regulaba su forma de gobierno interior, advirtiéndose ya tres de sus instituciones originales cuales son los Doce Linajes troncales, los Jurados de Cuadrilla y los Sexmeros de la Tierra.
Tan clara muestra de fidelidad al Rey ha hecho posible que Soria ostente en su escudo actual el título de “Muy Leal Ciudad”. Además, en este blasón encontramos la torre de homenaje de un castillo con tres almenas, de la que emerge el busto de un Rey, que no puede ser otro que el de su bienhechor Alfonso VIII. Cabe señalarse que el mentado Rey se casó, en septiembre de 1170, en Burgos con Leonor Plantagenet, hija de Enrique II de Inglaterra y Leonor de Aquitania y, asimismo, hermana de Ricardo Corazón de León. El matrimonio se efectuó cuando los contrayentes tenían 14 y 10 años, respectivamente. La influencia política y cultural de su esposa gascona, con la que tuvo más de 10 hijos, fue bien notable, acogiendo en su corte a trovadores y sabios.
Conocida es la relación extramatrimonial de Alfonso VIII con una hermosa hechicera hebrea que, lejos de suponer uno más de esos amoríos e infidelidades reales, ha remontado el curso del tiempo para elevarse a la leyenda de los grandes amores de la historia de la humanidad. Se cuenta que el rey, persiguiendo a su halcón, se adentró en el jardín donde estaba Raquel, quedando al instante prendado de su belleza. No pudiendo vivir sin verla, decidió llevarla consigo al palacio real, sin importarle la opinión de su esposa Leonor ni la de la Iglesia. Juntos pasaron 7 años y el pueblo decía que el rey estaba hechizado. La reina, muy ofendida, contrató a dos sicarios que la mataron clavándole una daga en el corazón. Al enterarse el Rey, invadido de dolor y de cólera, mandó ahorcar a los asesinos y repudió a su esposa enviándola a vivir a un convento. Hay quien dice que el Rey pasó hasta sus últimos días sentado en la tumba de su amada Raquel, hablándole. Otros refieren que Raquel se convirtió en paloma, simbolo así del primer encuentro amoroso.
Leyendas aparte, el Rey Alfonso VIII de Castilla es conocido también por sus muchas empresas guerreras, recibiendo el apelativo de “el de Las Navas”. Ello por librar la gran batalla de Las Navas de Tolosa (1212) en la que derrotó a los almohades al mando del califa Miramamolín, inclinando con su victoria de forma definitiva la balanza de la reconquista de la península ibérica para los reinos cristianos.
Cabe aún recordar a Alfonso VIII como fundador del primer estudio general español, el “Studium generale de Palencia”, y que decayó tras su fallecimiento, acontecido en Gutierre Muñoz (Ávila) el 6 de octubre de 1214. Sus restos, junto a los de su esposa Leonor, recibieron sepultura en el Monasterio de Santa María la Real de Las Huelgas de Burgos, que nuestro Rey había fundado antes.
En estos días, la pequeña localidad abulense de Gutierre Muñoz, de apenas 80 habitantes, ha acometido actos conmemorativos de los 800 años de la muerte del rey Alfonso VIII, recordando su figura histórica y su repercusión literaria. El Ayuntamiento de Palencia, con el Instituto de la Lengua de Castilla y León organizó en junio la muestra “Palencia at Primum: la primera Universidad de España”. Otro sí en Burgos y demás lugares. Incluso la novela de José María Pérez, Peridis, “Esperando al Rey” se ambienta en plena siglo XII, en la infancia y minoría de edad del Rey Alfonso VIII “El Noble”, con el teocentrismo en Europa. Cuando (1192) Ricardo Corazón de León y Saladino pactaron que Jerusalén siguiera bajo control musulmán, permitiéndose el libre acceso a los peregrinos cristianos.
Mas, en la ciudad de Soria, que tanto le debe a este Rey, nada, que yo sepa, se ha hecho. En la prodigiosa fachada de la iglesia románica de Santo Domingo quedan, sobre las arquivoltas de su puerta, los retratos de Alfonso VIII y doña Leonor: erosionados por la indiferencia y por el inapelable paso del tiempo.
José María Martínez Laseca
(14 de octubre de 2014)
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