Querido diario: el domingo 18 de agosto, desde Soria, Ángel y yo tomamos la N-234 de Calatayud, desviándonos en Almenar a mano derecha. Son 30 kms. de asfalto los que median entre la capital y Gómara. Una planicie de tierras de rojos labrantíos -sin apenas cerros ni árboles- donde, tras la decapitación de sus espigas de oro, solo quedan rastrojos. No en balde el campo de Gómara es la comarca cerealista por antonomasia de nuestra provincia. Preciado señorío del obispado de Osma, que en 1566 pasó a manos del conde de Gómara. Cuando llegamos, el sol dejaba de abrasar y se adueñaban las sombras. Nos adentramos por su plaza mayor, típicamente castellana: con su iglesia gótica del siglo XVI, su casa blasonada y su ayuntamiento rehecho. También plaza de toros, mediante el cerramiento de sus accesos. En Soria nos sedujo un cartel del Collado que anunciaba la representación, a las 21,30 h., de “La promesa”, basada en la leyenda de Bécquer. En su espera, la lugareña María Ángeles nos guió por donde queda el muñón de lo que pudo ser el torreón de su castillo, uno más en la frontera defensiva que los musulmanes establecieron a lo largo del río Rituerto. De aquí que el topónimo de Gómara sea árabe. Y nos condujo por sus calles, cuyos edificios prueban la decadencia de un pasado esplendente. Siendo ella niña, la villa contaba los 1000 habitantes.
Cuando los focos iluminaron el escenario, Margarita lloró la partida a la guerra de Pedro, un escudero que le promete su amor con un anillo. Se trata, en realidad, del Conde de Gómara. En el transcurso de la lucha, este oye cantar a un juglar “el romance de la mano muerta”, que le reprocha su engaño. A su regreso, victorioso, el Conde cumplirá la promesa de boda, ante la tumba de su amada, cuya mano insepulta tornará así en paz a su seno. Todo el genuino encanto del teatro popular. Fue el colofón a las jornadas de la asociación cultural La Cerca en homenaje a su hijo más ilustre: el cronista de Indias Francisco López de Gómara. Una encomiable iniciativa, pues en tiempo de crisis económica y de corruptelas políticas no hay mejor revulsivo regeneracionista que el de la apuesta decidida por el trabajo y la cultura.
José María Martínez Laseca
29 de agosto de 2013
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