Querido diario: lo más gratificante -pese a que resulte paradójico en este tiempo de mercenarios y adoración extrema al becerro de oro- yo lo sigo encontrando en lo intangible. Como son los recuerdos y los sueños. En esa memoria sentimental o emocional. “Hace unos días que no veo al Jesús”, les dije a mis amigos del Duero, sentados en la bancada a la sombra del frondoso sauce llorón, junto al punto de amarre de las barcas de recreo. “Se le murió el caballo de una indigestión”, me respondieron. “Vaya por dios, ahora me lo explico”, dije. No sé si ustedes han visto alguna vez a tan precioso animal. Ya sé que no era un vistoso pura sangre, competidor en los hipódromos; ni tampoco uno de esos caballos educados de la alta escuela ecuestre de Viena. Pero para Jesús significaba mucho. Era su mejor amigo. Su animal de compañía. Yo me lo encontraba con frecuencia paciendo en la ribera, contrastando la dignidad de su blancura con el verdor del paisaje. Transmitiendo una bucólica sensación de calma y paz, máxime en este tiempo en que dominan los carnívoros sobre los rumiantes. Por él, Jesús segaba la alta hierba que proveía como heno para el largo invierno. Y lo aseaba cepillándole la piel.
Era un equino goloso, que se acercaba a mí cuando le daba caramelos. A veces, los colegiales que visitaban los Arcos de San Juan de Duero se montaban a su grupa para fotografiarse consentidos por su dueño, que también orgulloso lo lució alguna vez en La Saca, por Valonsadero. Al recogerlo para conducirlo al establo, Jesús le silbaba y este acudía al trote, de contento. Han pasado unos días. A veces lo urgente nos hace descuidar lo importante. Para ti, Jesús, tras morir tu querido caballo, nada será como antes. (Al igual que para muchos de nosotros todo será distinto tras esta crisis cruel en que se han visto derrotadas las últimas resistencias del estado de bienestar). Se notará, sin duda, el vacío diario de la ausencia de su blanca alegría. Pero debes saber, Jesús, que tus conocidos seguimos a tu lado, solidarios con tu dolor. Necesitas del duelo, mas no te nos deprimas Espero verte pronto, amigo. Por tu hábitat de siempre, al otro lado del puente. Con tu boina, tan vital.
José María Martínez Laseca
(5 de septiembre de 2013)
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