Querido diario: hablo de infraestructuras viarias. De nuestras comunicaciones clave, en tanto que motores de desarrollo y cauces de vertebración territorial. Entre Soria y Madrid pongo por caso. Otrora con fondas mayores -en el camino compartido de Taracena a Francia-, donde paraban las diligencias y con multitud de posadas, paradores y casas, donde podía hospedarse el viajero con comodidad y economía. Luego, tras la apertura del ferrocarril Soria-Torralba irrumpió el tren de mercancías y viajeros, con sus vagones de tercera. Eran comunicaciones condicionadas por la topografía del terreno y cuya evolución histórica arranca de la romanización y sus calzadas hasta consolidarse en sus ejes viarios principales en el siglo XVIII, adoptando un carácter radial -con centro en Madrid-, que todavía persiste en la actualidad. En ambos casos -carretera y ferrocarril- se trataba de un largo viaje, que se hacía interminable. Pero, entonces, no había tantas prisas por llegar, como ahora sucede, ya que las distancias se miden no en Kms. sino en tiempo. Entre Madrid y Soria media una distancia de 226 km. No obstante, se tarda en llegar -sin novedad- cerca de 3 horas, con una velocidad media de apenas 90 Km/h. Se da, pues, la paradoja de que Zaragoza -más lejana que Soria de Madrid-, está más cercana en tiempo de acceso, gracias al AVE (en torno a 1h. y 20 m.).
Ni que decir tiene que los avances tecnológicos -desarrollados exponencialmente en las últimas décadas- han revolucionado nuestra forma de comunicarnos. Y ha sido una constante electoral la promesa de conectar Soria con la capital de España por medio de vías de alta capacidad (autovías) y de alta velocidad (AVE-lanzadera). Pero las inversiones, incumplidas en los años de opulencia, con la crisis actual tampoco se acometen. Para viajar, pues, a Madrid: coche, tren o autobús. El billete normal -hay descuentos- del tren Soria-Chamartín te cuesta 21,30 €; el del autobús ALSA normal 16,12 €. y el Premium, lujoso y caro, 29,30 €. No cabe otra elección: no existe mayor competencia. Con todo, el peor castigo de este viaje por la autovía A-15, inacabada, son sus insoportables rotondas. Para marearse y vomitar.
José María Martínez Laseca
(12 de septiembre de 2013)
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