Querido diario: Hay sirenas en el Duero, me dijo mi buen amigo G. A. aquel día de verano. No me crees, añadió, al ver mi gesto de sorpresa, pero te juro que las he visto en la orilla del río, reunidas en pequeños grupos, tomando el sol y charlando entre ellas, aunque usando una jerga que me resultó ininteligible. Que nadie las haya notado antes se debe a su gran desconfianza hacia los humanos. Huyen de los temidos pescadores, que pretenden atraparlas con los afilados anzuelos de sus cañas, los que les infringen graves heridas al clavárseles en sus tiernas carnes. También de los curiosos que miran su desnudez de modo perverso, como símbolos sexuales, o cual meticulosos forenses, dada su rara anatomía. Si fuera por ellos irían directas al circo de primeras estrellas del espectáculo. Pero, al igual que la Virgen solo se aparece a niños y pastores, las sirenas no son visibles más que por los poetas.
Incrédulos te dirán que estos seres no existen, que son un mito. Cuentos de marineros de todo el mundo hablan de ellas. Mitologías como la griega o la vikinga. Capiteles románicos las retratan. Esas “doncellas marinas, que atraen a los navegantes por su hermosura y la belleza de su canto. Desde la cabeza hasta el ombligo tienen forma de mujer y tienen colas escamosas de peces, moviéndose en las profundidades...”. El cuaderno de bitácora de Cristóbal Colón las describe como criaturas de vientres pálidos y moteados torsos color oscuro y cola en forma de remo. Sirenas son.
Grasa aislante, poco pelo, membranas entre los dedos resultan adaptaciones humanas para la vida en el agua. Los árboles habían sido nuestra cuna, pero podríamos descender de un grupo de simios que un día se convirtió en mamíferos marinos. ¿Qué los llevó hacia el mar? La comida. El cerebro se desarrolló gracias al yodo y a los ácidos grasos que hay en los crustáceos y mariscos que allí se encontraban en abundancia. Hasta nuestra habilidad para caminar erguidos a dos pies responde a aquella adaptación. Cierto es que hemos explorado más la superficie de la luna que el fondo del mar. Si las sirenas -concluyó G. A.- han llegado hasta aquí es porque saben esconderse.
José María Martínez Laseca
(4 de julio de 2013)
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