jueves, 28 de febrero de 2013

En blanco y negro

Querido diario: tenía yo casi borrada de mi memoria la nieve en la ciudad, aunque la había percibido por la sierra. Por eso, ante los machacones pronósticos televisivos de copiosas nevadas, el sábado me levanté impaciente. Se apagaron las farolas y la nieve, caída durante la noche, se incendió toda. Con ese candor propio de la inocencia y de la poesía. “Toda de blanco, como una novia / en el invierno te ves tú Soria./ Como la nieve que cubre al muerto / cubre la nieve tu cuerpo yerto”, recité. Su blancura siempre me trae recuerdos de infancia. De cuando mi padre, y otros vecinos de Almajano, cogían sus palas para abrir vereda hasta la escuela. Entre sus prioridades estaba la educación de sus hijos. Y soñé que aquella fría zanja era mi largo sendero de acceso a la Universidad. No había caído mucha, y las bajas temperaturas la habían helado para peligro de viandantes. Nevada copiosa la que cuenta Gaya en “El Santero de San Saturio”. Como una capa blanca que todo lo tapa.
Cuando se despereza la ciudad, van surgiendo puntos negros, cual hormigas, que ensucian su pureza inmaculada. Porque la ciudad es la gente por sus calles y plazas. Y antes de que la nieve se regale, igual que la manteca, se va ensuciando toda, tiznándose de asfalto. Mas, nos da que pensar. Nos lleva a hacer balance de estos malos tiempos, a arremeter contra los malos gobernantes metidos en política, antes para forrarse que para esforzarse por los demás. Veo que la mayoría de nosotros hemos perdido la conciencia de lo que somos: trabajadores. Que asistimos impasibles al desguace del estado de bienestar. Todo el mundo quieto: “no sea que vayan a quitarme lo que todavía tengo”. Como si la solidaridad hubiera sufrido un ataque de pánico. Es evidente que la calle va por un lado y el parlamento por otro, ya que se ensancha la grieta de la desafección de la “res pública”. Grave error. Puesto que siempre hay que luchar por la libertad y por la dignidad humanas. (Bajo el níveo barniz, la negrura del egoísmo y de la mezquindad).
José María Martínez Laseca
(28 de febrero de 2013)

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