Quien quiera que usted sea, a estas alturas lo tengo por enterado de lo hecho por Su Santidad con su libro “La infancia de Jesús”. Que corre en coplillas: “Los recortes han llegado / hasta el portal de Belén / porque el Papa ha recortado: / estrella, mula y el buey”. En él nos afirma que cuando nació el niño-dios no recibió el aliento de tales bestias, y que tampoco hubo ninguna estrella que condujera hasta allá a los tres reyes magos de oriente. ¿Cabe pensar que en las casas al montar el navideño belén haya que prescindir de las dos figuritas de barro de sendos animales de la compañía de Jesús, así como de la fulgurante estrellita de plata? Si por ende nos quita a los pastores, se nos queda el decorado igual que la provincia de Soria tras la decadencia de La Mesta. No alcanzo a imaginarme siquiera el destrozo que tal “tijeretazo” produciría en toda la iconografía de La Natividad. Pongo por caso el precioso capitel cobijado en el interior de la humilde iglesia románica de San Juan de Duero. Resisto, pues, y no me resigno ante semejante desvarío, que más tiene que ver con el mercado y la venta del libro que con los universales sentimientos. ¡Crisis y encima nos roba la ilusión!
Que no es un caso aislado, pues tengo para mí clara la teoría de la conspiración. Algunos neoliberales están empeñados en mudar nuestra cosmovisión, nuestra manera de entender el mundo. Así, los de mi generación nos movimos dentro de un proyecto social que nos prometía el paraíso, el que tras la primera resaca de la transición se ha convertido en algo más que un malestar colectivo. Lo que entonces era todo utopía, prestigio de la política, convicción de que se iba a cambiar el mundo; ahora es su reverso, lo contrario, simplemente la estupefacción de pensar qué ha pasado con nosotros que íbamos en busca de la gloria y estamos todavía aquí. Además, perdiendo derechos conquistados, mermándose la calidad democrática: amordazada la libertad, mercantilizadas la educación, la sanidad y la justicia, trampeando en política. Tan bajo hemos caído. Pero yo tengo para mí que la vida no se construye con los grandes sueños, sino con los escombros que quedan tras su derrumbamiento.
José María Martínez Laseca
(29 de noviembre de 2012)
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