jueves, 27 de diciembre de 2012

200 años de cuentos de los hermanos Grimm

Érase una vez un matrimonio residente en Hanau (Alemania), que tenía dos hijos llamados Jacobo (1785-1863) y Guillermo (1786-1859). De improviso, a los 44 años, murió el padre, que era magistrado de distrito, y ambos -con 10 y 9 años respectivamente- se quedaron huérfanos. El mayor se volvió serio y el pequeño tornose enfermizo. Todos los conocerían como los Hermanos Grimm. Ya en la escuela, tuvieron la gran suerte de encontrarse a un sabio maestro que les descubrió el enorme tesoro de una biblioteca de libros viejos con los cuentos más maravillosos que jamás habían leído. Ello les marcaría de por vida, ya que los dos hermanos, muy pronto, comenzaron a interesarse por los cuentos del folklore popular, que escuchaban, sobre todo de labios de las mujeres que aligeraban las largas horas que pasaban hilando lino contándose historias aderezadas de aventura, romance y sortilegio.

-Relatos infantiles del hogar
Poco a poco, Jacobo y Guillermo -según nos cuenta Thomas O'Neill en un interesante artículo- fueron conformando su propio tesoro: un libro de bellos cuentos de hadas, llenos de magia y de peligros, de lealtad y de bribones. La primera edición de 88 ficciones se tituló: “Los cuentos infantiles del hogar” y se editó en su mismo país en 1812. En sus páginas figuran personajes tan celebrados como la Cenicienta, la Bella Durmiente, Blancanieves, Caperucita Roja, Rapunzel, Rumpelstiskin, Hansel y Gretel, Juan sin miedo, Pulgarcito… y girando en su derredor un carrusel de brujas, sirvientas, soldados, madrastras, enanos, gigantes, lobos y demonios.
Todo ello acabaría configurando esa antología de 210 cuentos de los hermanos Grimm, sin parangón hasta la fecha, puesto que como fenómeno editorial compite hasta con la Biblia. Y es que, según advierte Elfriede Kleinhans: "Nuestro mundo puede parecer demasiado tecnificado y frío. Todos necesitamos estos cuentos para calentar nuestras almas."

-Léeme otro, por favor
Inicialmente, la colección no se dirigía a los niños. Es más, a lo largo de casi todo el siglo XIX, maestros, padres de familia y figuras religiosas, particularmente en Estados Unidos, condenaban los cuentos de los Grimm debido a su crudo e incivilizado contenido. Pero, no tardando, ambos hermanos “editaron” -refinando y suavizando- esos relatos para atender la creciente demanda de literatura infantil surgida al amparo de la consolidación de la clase media urbana. En consecuencia, las crueles madres se convirtieron en antipáticas madrastras, los amantes solteros se volvieron castos y al padre incestuoso ahora se le asignó el papel de demonio. A su mayor difusión contribuyeron los editores ingleses, que tomaron la decisión de publicarlos como libros ilustrados.
En el siglo xx, los cuentos de los hermanos Grimm reinaron en los hogares con críos. Sus historias se leían como sueños hechos realidad: apuestos jóvenes y hermosas chicas armados de magia vencen a gigantes, brujas y bestias salvajes. Escapan de adultos malvados y egoístas. Inevitablemente, la chica y el chico se enamoran y viven felices para siempre. Hoy en día, conservan plenamente su poder de fascinación. Y los padres siguen contando estas historias, pues sus lecciones ayudan a socializar a sus hijos, a introducirlos en la vida: cumple tus promesas, no hables con desconocidos, trabaja duro, obedece a tus padres. Según los mismos Grimm, los relatos servían como un "manual de buenos modales".
El impacto de los cuentos de los hermanos Grimm se potenció todavía más a través del cine y la televisión, lo que se inició con las adaptaciones para dibujos animados, tales como la de Blancanieves y los siete enanitos (1937) y la de Cenicienta (1950), realizadas por la factoría de Walt Disney. De este modo, aquellos cuentos de larga tradición oral, entrarían decisivamente a formar parte del imaginario de muchas generaciones.

-Curiosas interpretaciones
Estudiosos y psiquiatras han apagado la belleza de estos cuentos tratando de buscar sesudas explicaciones a sus historias. Así: ¿Arrojar la rana simboliza el despertar sexual de la princesa cual sugirió el psicólogo freudiano Bruno Bettelheim, o acaso la princesa representa un modelo de un rol feminista al desafiar la autoridad patriarcal de su padre, el rey, como se pregunta el folclorista alemán Rörich? O quizás, una rana no es más que una rana. También, ideólogos y propagandistas hicieron de las suyas. Por ejemplo, los teóricos del Tercer Reich formaron de Caperucita Roja un símbolo del pueblo alemán, que se salva del feroz lobo judío, por lo que, al final de la Segunda Guerra Mundial, los aliados prohibieron su publicación en Alemania, por entender que habían contribuido a la barbarie nazi.
Más tarde, en los años setenta, universidades de Europa y Estados Unidos condenaron a estos cuentos como promotores de una visión sexista del mundo y dominada por la despótica autoridad.

-Las influencias alemanas
El origen de muchos de los cuentos de los Grimm remite sin duda al conjunto de Europa y al Medio Oriente. No obstante, el investigador Heinz Rölleke ve claras algunas influencias teutonas en el amor a los desposeídos, la sencillez rústica y el decoro sexual. La vida alemana del medievo colorea las narraciones. Por toda Europa los niños eran con frecuencia descuidados y abandonados como Hansel y Gretel. Y las mujeres acusadas de brujería quemadas en la pira, como la malvada suegra de "Los seis gansos".
"La crueldad de las historias no surgió de la fantasía de los Grimm", opina Rölleke. Reflejaba la ley y el orden imperantes en los tiempos antiguos." Aunque tal vez el más alemán de los toques sea la omnipresencia del bosque. Es en él donde los héroes confrontan a sus enemigos y vencen el miedo y la injusticia. Y es que, tradicionalmente, la sociedad rural alemana dependía del wald o bosque. Aquí, donde los granjeros alimentaban a sus cerdos con bellotas, los nobles cazaban venados y los leñadores escogían los troncos de donde saldrían las macizas vigas que aún se ven en los establos y casas de los pueblos de Hesse. Los cuentacuentos sabían muy bien que al colocar a sus personajes en los oscuros bosques sin caminos despertaban la sensación de peligro y suspense.

-El componente curativo
Bruno Bettelheim promovió el valor terapéutico de los cuentos de los hermanos Grimm y los llamó "grandes reconfortantes". Al confrontar temores y fobias, representados por brujas, madrastras despiadadas y lobos hambrientos, los niños se percataban de que podían controlar sus ansiedades.
En nuestra actual sociedad capitalista, el éxito se basa, casi en exclusiva, en acumular más y más dinero. Y así, mal vamos. En realidad, el verdadero éxito debiera consistir en hacer lo que realmente nos gusta y en hacerlo bien, aportando algo que fortalezca a los demás. Esto es lo que consiguieron los hermanos Grimm -transmitiéndonos su gusto por la lectura y su pasión por la literatura-, permitiéndonos a toda suerte de lectores abrir sus libros con esa llave de oro de la imaginación. Cartógrafos, pues, de la ilusión, los hermanos Grimm nos muestran en sus cuentos la búsqueda de una felicidad que casi ninguno de nosotros conoce, pero que todos creemos posible. Podemos identificamos, sí, con los héroes de sus historias y convertirnos así, en nuestra imaginación, en los verdaderos dueños de nuestros destinos.
José María Martínez Laseca
(27 de diciembre de 2012)

Atracción por Valdivia


Al indagar entre el bello desorden de mi biblioteca, me topo con un libro que me viene que ni al pelo para el ciclo que abre su puerta a los sueños, y aún más a las fantasías infantiles, con el sorteo de la lotería nacional del 22-D. Título: Cuentos de Navidad. Autor; Eduardo Valdivia. Publicado en 1968 por Ediciones Javalambre, compendia una docena de amenos relatos, precedido por un primer prólogo de Francisco Ynduráin, entonces Catedrático de Literatura de la Universidad de Zaragoza, al que sigue otro más extenso, del propio autor. Pero, no declara Ynduráin sus preferencias personales por ninguno de los doce cuentos de su antiguo alumno; antes bien, tras incidir en que en todos ellos “no falta la alegría, la expectación, la apertura al mundo de la maravilla, la fantasía, el dolor también”, invita a los lectores a que extraigan las suyas.
Del escritor Eduardo Valdivia yo he ido teniendo noticias por boca de sus vecinos sorianos de planta -Ramón Riera, José María Páez y José Luis Antón- en el edificio respingón de la plaza Tirso de Molina, frente a la Escuela de Artes y Oficios, donde residió con su familia. Otras pesquisas me han acercado a su vida breve. Hijo de militar, había nacido en Écija en 1929 y, tras una existencia itinerante, recalaba en la Zaragoza de los años 50, la del Grupo Pórtico, con la decisión de convertirse en escritor, puesto que ya tanteaba en la narrativa y en el teatro.
Se licenció en Geografía e Historia y, después, en Derecho. Aprobó las oposiciones de profesor adjunto y pasó por Ceuta, Teruel y Tenerife, llegando a Soria, en 1971, como director del Instituto Castilla. Falleció en 1972. De este mismo año data su original novela “¡Arre, Moisés!”, que fue finalista del premio Alfaguara. Valdivia recrea, con rara tropa de cojos y mancos, el grotesco Regimiento de San Martiniano y refiere sus andanzas por Aragón hasta su exterminio en plena guerra civil española. A iniciativa de su principal estudioso, Jesús Rubio Jiménez, fue reeditada en 2003. Otras obras previas son: “El espantapájaros y otros cuentos” (1960) y “Las cuatro estaciones” (1967). Todas ellas nos descubren a un fascinante narrador, bruscamente interrumpido.
José María Martínez Laseca
(27 de diciembre de 2012)

miércoles, 26 de diciembre de 2012

Reflexiones tras el viaje

El profesor de lengua requirió a sus alumnos ideas afines o palabras relacionadas con el término “represión”. Estos le expusieron una larga ristra de ellas: violencia, fuerza, correctivo, escarmiento, dictadura, tiranía, prepotencia, esclavitud, sometimiento, abuso, etc. Él les sugirió la palabra “lecheras”, pero ellos no la entendían como tal. Cuestión de diferencias generacionales, pensó para sí. Se refería a las furgonetas de la policía antidisturbios, por lo mucho que otrora repartían. En Madrid -a donde había acudido de finde en el incómodo autobús de línea por la vergonzosa autovía A-15, interrumpida a causa de la desidia y llena de rotondas- las había vuelvo a ver. Bloqueaban la Carrera de San Jerónimo ya que allí se halla el Congreso de los Diputados. Toda una marea humana de batas blancas, que se estaba manifestando al grito de “la sanidad pública: se defiende y no se vende”, confluía en la puerta del sol desde diferentes calles. En un cartel leí: “Me dan nauseas”.
Gobierno Manostijeras está haciendo la poda -casi mutilación- en sanidad y educación. Aquí se añade la reforma o contrarreforma de la LOMCE, basada en criterios ideológicos retrógrados -selección, segregación y discriminación-, que no pedagógicos. Considerando a los alumnos como clientes (en aras al negocio), tomándolos por aprendices (mano de obra barata) y no pensando en su formación integral como personas.
Son vísperas de Navidad, la fiesta más entrañable del año. Las muchedumbres pasean por las calles de la capital de España y en las tiendas hay más curiosos que compradores. Una larga cola alinea a los demandantes de la lotería de Doña Manolita, por si fortuna rueda. Yo visito exposiciones. En el Reina Sofía: Encuentros con los años 30 y María Blanchard. En la Fundación Mafre: Retratos. En la Academia de Bellas Artes de San Fernando: Goya. Voy al teatro Arlequín: Cinco horas con Mario, “un muerto todo oídos”. Y acudo, como siempre, a la Cuesta de Moyano. Frente a una democracia meramente formal, mi apuesta es por una sociedad rica en imaginación, memoria y capacidad crítica. Y defendiendo la cultura como alimento del intelecto, algo que también debiera concernirnos a todos.
José María Martínez Laseca
(20 de diciembre de 2012)

De la corrupción

El pasado domingo se celebró el día de la lucha contra la corrupción. Tuvo escaso eco, y exiguo considero un solo día para desinfectar tan extendido como contagioso virus. En el Índice Mundial de Percepción de la Corrupción 2012, que elabora la ONG Transparencia Internacional, de entre los 176 países incluidos en el “ranking”, solo figuran tres honestos: Dinamarca, Finlandia y Nueva Zelanda. Sorprendentemente España ocupa el puesto 30, el número 13 entre los de la Unión Europea. Y es de extrañar, porque se dice que la corrupción encuentra su mejor caldo de cultivo en tiempo de crisis. Que los países corruptos son los que padecen una mayor crisis económica. Tal es así que muchos paisanos que presumen de patriotas dirigen sus dineros hacía la economía sumergida o inclusive a los paraísos fiscales, para mantenerlos a buen recaudo. Sonado ha sido el caso del expresidente de la patronal CEOE, Gerardo Díaz Ferrán, al que le devolvió Hacienda en su declaración del IRPF,porque era pobre. Pillado su testaferro se descubrió el cotarro y sus ostentosos vicios de caza y yate.
Fue profeta certero cuando nos espetó a la cara su maldición de a “trabajar más, cobrando menos”. Algo que no afectó a banqueros como Miguel Blesa, presidente de Caja Madrid que tras forrarse, hundiendo la bankia, pretende irse de rositas. Y encima el tal José Ángel Gurría (secretario general de la OCDE) nos viene con la monserga de que no se trata de bajar los salarios a los trabajadores, ni de reducir derechos, sino de abrir el apetito para crear empleo. Lo que hay que oír. En España el 80 % de las familias ha visto disminuido su poder adquisitivo y la brecha de la desigualdad ha aumentado, cuestionándose nuestra clase media, sustentadora del Estado de Bienestar.
No son casos aislados sino la corrupción del propio sistema capitalista. Todo es voluntad de poder, decía Nietzsche. Ansia de poder económico amasando fortuna exenta de impuestos y de poder político sin controles. Es preciso, pues, evitar tanto el fraude privado cuanto la corrupción pública. Ello requiere una mayor concienciación social, tolerancia cero con las conductas impropias. Vigilar atentos nuestros alrededores.
José María Martínez Laseca
(20 de diciembre de 2012)

martes, 11 de diciembre de 2012

La Constitución soñada

Toca fiesta. Un día como hoy, 6-D, los españoles, mediante referéndum, aprobamos nuestra vigente Constitución de 1978 (la que ha observado algunas modificaciones). De aquí la festividad laica para todos. El art. 1.1 de nuestra Carta Magna comienza diciendo que “España se constituye en un Estado social y democrático de Derecho que propugna como valores superiores de su ordenamiento jurídico la libertad, la justicia, la igualdad y el pluralismo político”. Cabría, pues, afirmar que, mediante la supremacía de la Constitución, se nos ofrece en contraprestación no sólo derechos sociales, sino una larga serie de garantías (entre otras los servicios públicos de acceso universal) que, en principio, debieran permitir que los derechos pudieran ser efectivos para todos. El Estado social, en cualquier caso, supone una transformación de la democracia y del Estado de Derecho. Hasta aquí los buenos deseos, porque la realidad, acuciada por la actual crisis económica, ha hecho que todo se tambalee y se troque en mercado. Hasta el punto -según denuncia Felipe González- de que pudiéramos estar asistiendo con este Gobierno de Mariano Rajoy a una “liquidación de la cohesión social y de los fundamentos del Estado de Bienestar”.
Tras mucho jugar al escondite con su programa electoral, hasta las más incrédulas Caperucitas No Rojas están viéndole las orejas al lobo feroz del PP, dándose cuenta de su pecado de ingenuidad al confundirlo con su queridísima abuelita. La reducción de prestaciones y fulminación de derechos a los dependientes, que los devuelve al pasado o la no revalorización de las pensiones (lo que en Soria afecta a 23.340 pensionistas) son gotas que, bajo el dogma de la austeridad -en realidad ideología neoliberal-, están colmando el vaso de los ajustes y recortes. Y la amnistía fiscal a los defraudadores no es tal, ya que Montoro la llama “proceso de regularización de activos ocultos”. Además, las tasas judiciales crean una justicia para ricos y otra para pobres. Ya vemos como del Estado social y de derecho soñado podemos pasar a un Estado antisocial y de derechas. Con lo que nuestra Constitución quedaría convertida en un queso de gruyer. De tanto orificio.
José María Martínez Laseca
(6 de diciembre de 2012)

sábado, 1 de diciembre de 2012

¿Qué quiere que le diga?

Quien quiera que usted sea, a estas alturas lo tengo por enterado de lo hecho por Su Santidad con su libro “La infancia de Jesús”. Que corre en coplillas: “Los recortes han llegado / hasta el portal de Belén / porque el Papa ha recortado: / estrella, mula y el buey”. En él nos afirma que cuando nació el niño-dios no recibió el aliento de tales bestias, y que tampoco hubo ninguna estrella que condujera hasta allá a los tres reyes magos de oriente. ¿Cabe pensar que en las casas al montar el navideño belén haya que prescindir de las dos figuritas de barro de sendos animales de la compañía de Jesús, así como de la fulgurante estrellita de plata? Si por ende nos quita a los pastores, se nos queda el decorado igual que la provincia de Soria tras la decadencia de La Mesta. No alcanzo a imaginarme siquiera el destrozo que tal “tijeretazo” produciría en toda la iconografía de La Natividad. Pongo por caso el precioso capitel cobijado en el interior de la humilde iglesia románica de San Juan de Duero. Resisto, pues, y no me resigno ante semejante desvarío, que más tiene que ver con el mercado y la venta del libro que con los universales sentimientos. ¡Crisis y encima nos roba la ilusión!
Que no es un caso aislado, pues tengo para mí clara la teoría de la conspiración. Algunos neoliberales están empeñados en mudar nuestra cosmovisión, nuestra manera de entender el mundo. Así, los de mi generación nos movimos dentro de un proyecto social que nos prometía el paraíso, el que tras la primera resaca de la transición se ha convertido en algo más que un malestar colectivo. Lo que entonces era todo utopía, prestigio de la política, convicción de que se iba a cambiar el mundo; ahora es su reverso, lo contrario, simplemente la estupefacción de pensar qué ha pasado con nosotros que íbamos en busca de la gloria y estamos todavía aquí. Además, perdiendo derechos conquistados, mermándose la calidad democrática: amordazada la libertad, mercantilizadas la educación, la sanidad y la justicia, trampeando en política. Tan bajo hemos caído. Pero yo tengo para mí que la vida no se construye con los grandes sueños, sino con los escombros que quedan tras su derrumbamiento.
José María Martínez Laseca
(29 de noviembre de 2012)