domingo, 12 de agosto de 2012

La Cuenca: ¡hay que verla!

Si el viajero, que va al volante por la carretera nacional 122 de Soria a El Burgo de Osma, no se distrae y coge a tiempo un desvío a mano derecha, podrá allegarse a la pequeña localidad de La Cuenca, acurrucada al lado sur de la Sierra de Cabrejas, junto al río Milanos y rodeada de verdosos sabinares. Al pasear por sus calles descubrirá uno de los conjuntos de arquitectura popular más armónicos y cuidados de toda la provincia de Soria. Con sus casas -construidas en piedra de mampostería y adobe, con entramados de madera- propias del siglo XVIII, y de las que sobresalen sus chimeneas cónicas, tan características de la comarca de pinares.
Como otras poblaciones agrícolas y ganaderas del altiplano numantino, con el desarrollismo y la llegada del tractor y la televisión, La Cuenca sufrió la terrible sangría de la despoblación. Sus gentes de tierra firme, penando el purgatorio de una economía de mera subsistencia se vieron atraídas por los cantos de sirena que les anunciaban el nuevo paraíso y partieron emigrantes. Tal vez hacia el infierno de las grandes ciudades, quedándose su pueblo prácticamente vacío allá por los 80. De aquí que, en la actualidad, deba decirse que al lugar de La Cuenca lo mantiene de pie, sobre todo en verano, el curioso fenómeno de segunda residencia. Por esto se ve repoblado con gentes procedentes de diversos lugares.
Ahora bien, lejos de ser un problema, el mestizaje o mezcolanza de gentes heterogéneas, se asienta sobre uno de los cimientos de relación esenciales como es el de la convivencia, siendo partícipes de una ilusión común. La empatía irradiada les permite mayor entendimiento, partiendo siempre de la comunicación y del debido respeto que se da entre ellos. Todo esto ha fermentado en algo tan importante como es la amistad, creándose de este modo la Asociación de Amigos de La Cuenca, que junta hasta más de doscientos asociados. Entre sus cometidos, dinamizar la rutina cotidiana mediante la organización de actividades culturales y sociales y la sensibilización por mantener vivo el caudal de la memoria compartida.
A pesar de la crisis económica y de los muchos trasquilones de sus tijeretazos, a pesar de la estresante competitividad, la desmesurada ambición y el egoismo, a pesar del “padre padrone” que constituye el dinero en nuestra civilización capitalista, que tiene al círculo vicioso del consumo por su industria principal, otros modos de vida son posibles en nuestro día a día. Alejados del mundanal ruido y basados en estímulos como la generosidad, la cooperación y la solidaridad. Por esto es por lo que deberíamos apostar decididamente, ya que, sin duda, resultan mucho más gratificantes y propicios a nuestra humana felicidad.
Al rememorar “Mi pregón para La Cuenca”, todas estas reflexiones han venido a mi mente -agolpadas como esos ocetes que revolotean en torno al campanario de la iglesia-, de una manera sincera y sentida, con el sumo agrado de aquella visita efectuada en el año 1994. De aquí que yo recomiende la visita a este hermoso lugar de La Cuenca. El único riesgo que correrá el viajero que se aparte de su ruta para verla es que se sienta seducido por sus muchos encantos y su paz y decida quedarse a vivir en ella para siempre.
José María Martínez Laseca
(11 de agosto de 2012)

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