Don Javier Marías: yo quiero entenderle. Aunque me desagrada su drástica decisión de abandonar su querida Soria, dándonos el portazo. Lo lamento, pues aprecio la calidad de su pluma y su capacidad crítica, tan escasa en estos tiempos de aduladores, muñecos de ventrílocuos y correveidiles. Por lo que cuenta en su artículo “Cuando una ciudad se pierde”, parece que todas las fuerzas atronadoras de Soria se hubieran conjurado en su contra. Si me pongo en “su lugar de residencia”, céntrico, encima de un bar con terraza de calle, en el arranque del Espolón, junto a la puerta de la Dehesa, de donde parte el trenecito; ni yo me salvo de la continua “cencerrada”, cual si fuera un viudo vuelto a casar. Trató, dice, de esquivar la Sanjuanada, pero ésta la verdad es que se estira como chicle, más que la Saturiada (horrorosa la carpa en la Plaza Mayor) con su apéndice mercantil seudo-medieval. Y las dulzainas omnipresentes perforan los oídos del más pintado. Por mucho que driblara como Messi -yo también soy del Madrid, como Vd.- no se iba a librar de la tortura que supone el estrépito que montan en la Soledad las gaitas y tambores precursores de la Semana Santa y demás saraos varios. (Que ya nos tilda la MerKel de que somos de vida alegre). Es Vd. muy sensible y percibe sensaciones auditivas que yo no alcanzo. Pero, comprendo su reacción, porque un amigo mío, que habita en la Plaza de Herradores, se queja de idéntico mal. Y es que el exceso de ruido causa insomnio, y se hace insoportable a todo ser humano. Ítem más, ya veía venírsele encima, para otros dos años largos, la obra del innecesario aparcamiento subterráneo.
Vd. vino -huyendo del mundanal ruido de Madrid- buscando en Soria la calma que precisaba y que se le supone a una ciudad pequeña. En ese intento -como dice Vila-Matas- por recuperar el paraíso perdido de su infancia (la Dehesa fue punto de encuentro de sus padres con los amigos). Y ha resultado un infierno para su inspiración, hasta la fecha tan fructífera por sus cuatro últimas novelas aquí, en parte, gestadas. No todos los amores que vivimos tienen el mismo aguante. Hay psicólogos que afirman que el desenamoramiento comienza pasado un tiempo de iniciada la relación. El suyo, don Javier, con Soria ha durado doce años, siete más que Machado. Espero que no la odie. Pese a todo, siempre le quedará el Numancia.
José María Martínez Laseca
(26 de abril de 2012)
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