El diario a diario, que decía Julio Cortázar. Como el pan nuestro de cada día. Fuente de información de lo que pasa alrededor. Un montón de hojas impresas, pero perfectamente estructurado en sus distintas secciones. Así se nombra el segundo poemario de Concha de Marco (tras “Hora 0,5” del año anterior) publicado, en 1967, por la editorial madrileña Mediterráneo. Un total de 36 poemas que remiten a la vida cotidiana. Recogemos aquí la transcripción del comentario que sobre él lanzó en las ondas de RNE (7-XII-67, a las 23,25 h.) el poeta amigo de tiempo atrás Gerardo Diego.
“Como título de libro, “Diario de la mañana” puede inducir a error. Y más si debajo de sus letras una viñeta pega sobre una mancha de rojo sangre, unas tiras de letras impresas de periódicos en revoltijo caótico donde se leen “platillos volantes”, “violencia negra”, “bolea”, “guerra”, “alto el fuego” y otras alarmas semejantes. Luego se abre el libro y nos encontramos con una serie de poemas, absolutamente poéticos aunque su contenido sea intensamente humano y esté inspirado en noticias de cada día, a veces no son exactamente noticias periodísticas objetivas, sino sucesos vividos por Concha de Marco, que es la autora del libro. De tal modo que a pesar de la viñeta, terminamos por dudar si se trata de un diario en el sentido de periódico, o de un libro diario íntimo en que se apuntan las confidencias y pensamientos personales día a día.
Concha de Marco está casada con uno de los más eminentes críticos de arte de España, el soriano Juan Antonio Gaya Nuño. Y bien es verdad que ya había presentado antes de ahora muestras aisladas de su quehacer poético e incluso por lo menos un libro de poesía, “Hora O,5”, publicado por la “Isla de los Ratones”. Pero es ahora con este libro realmente extraordinario, cuando me doy cuenta de la riqueza, emoción y perfección de forma de sus poemas. El libro se abre con una portada y se cierra con una contraportada y ambas no son otra cosa que poemas. El primero, un soneto. El último, impreso como caligrama o poema ultraísta, es un desgarrador grito de socorro, una tremenda acusación de una potencia a la vez plástica y verbal inaudita. Pero, como a un cuadro más o menos abstracto, hay que verlo con los ojos y no basta escucharlo con los oídos, si bien no por ello deja de ser intensamente rítmico. Más sencillo en su aparente melancolía es el soneto “Portada”:
Un año más, el árbol amarillo / destaca en luminaria contra el cielo, / niebla sin forma teje un turbio velo / y empaña el limpio esmalte de su brillo. // Jilguero, verderón, cardinalillo, / trino animoso y breve, largo el vuelo, / ignoran la mortal arma de hielo / que la garganta ciñe con su anillo. // Como olvida mi ahora su cuidado / ideando algún mágico estribillo / motivo de distinto desconsuelo / para encubrir el grito sofocado / y ser también un árbol amarillo / derramando mis hojas por el suelo. //
Todos los poemas de este libro son necesarios. Quiero decir que no están escritos por mano o inercia profesional, sino por un hondo sentimiento vivido que exige, perentorio, su revelación poética. Revelación que une el lenguaje cotidiano pero con una riqueza y precisión de vocabulario y con una seguridad rítmica, lo mismo al dibujar que al desdibujar intencionadamente, verdaderamente magistrales. Ya sea la noticia de que se vende un pueblo soriano, ya de los incidentes de la guerra en el Vietnam o al eterno misterio del tiempo visto en su esencia o con los tremendos latidos de un reloj retrepado tras de su negra caja polvorienta: ya nos confiese la emoción de la música repitiendo las mismas lágrimas al volverla a escuchar o ya recuerde el horror de la emoción infantil ante los viajes, las páginas de este diario palpitan de cálida humanidad y se justifican a sí mismas en su medida y melódica expresión poética.
Así el espectáculo de la excavadora que remueve las tierras de Madrid provoca en Concha de Marco toda una extraordinaria imaginación de tiempos prehistóricos con calcinados huesos de ictiosaurios, allá por los siglos dormidos del subsuelo terciario con sus sepultas coníferas gigantes y con sus pequeños peces muertos, conchas y algas. Pero al mismo tiempo algo más reciente y hasta totalmente actual remueve la oruga poderosa y agresiva del monstruo con su ronca maquinaria.
En el lugar donde halló muerte una muchacha / afloran bloques de antiguo adoquinado, / cimientos de cal y canto / gastados por incontables pasos, / por ruedas incontables / de calesas, / paseando manolas y toreros / carruajes / orgullosos de sombreros de copa y abanicos, / carretas / con la desfalleciente carga de algún ajusticiado / y la tierra / apenas más reciente del verdugo / custodiando un ataúd, / alguna flor caída, / azahares, claveles, blancas rosas / siemprevivas perennes siempremuertas. / Pasos de pluma o pájaro, / niños de miel y de cerezas, / una cinta perdida, / un trapo que voló de una ventana, / un papel viejo, / polvo convertido en polvo.”
Crítica elogiosa para el libro que, sin duda, había sido anticipado en algunos de sus poemas en la lectura que Concha de Marco dio en la Sala SAAS, de Soria, el domingo 1º de marzo de 1967, a las 5 de la tarde. Aún sin convocatoria impresa, asistieron las siguientes personas: Julián Morales, Antonio Ruiz, Ulises Blanco, Marcos Molinero Cardenal, Sr. Tesorero de la SAAS, José Tudela, Florentino Blanco Sampedro, Teodoro Rubio, Mariano del Olmo, Amparo Gaya Nuño, María Pía de Basilio Gómez, Dr. Navarro, Margarita Sanz, Juan José Ruiz Cuevas y señora, Félix Herrero y señora, Ricardo de Apraiz, Agustín Muñoz Carrascosa y Concepción García Hernández de Ortego Frías. Todos ellos incondicionales de su esposo Juan Antonio Gaya Nuño que también concurrió.
José María Martínez Laseca
(31 de enero de 2021)
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