Juega el otoño a mezclar en su paleta los colores verdes, amarillos, naranjas y rojos para mejor teñir las hojas de los árboles, al punto de caerse secas por el suelo y convertirse en juguetes del viento caprichoso. Es la estación de la melancolía, dentro del tiempo circular de la otrora dominante cultura agraria; la que nos trae por presentes los llamados frutos del bosque. Entre ellos, destacan los sabrosos frutos rojos, como arándanos, endrinas, arañones, grosellas y moras.
En uno de estos últimos días, yo paseaba por el campo, cerca del río Duero, plácidamente, acompañado por mi nieto Gonzalo, de tan solo tres años. Alguna ardilla saltaba asustada a nuestro paso y trepaba veloz hasta perderse entre las altas ramas de los árboles. Gonzalo me preguntaba en cada tramo por todo cuanto le llamaba la atención. Yayo: ¿cómo se llama eso?, me requería señalándolo con su dedo índice. Y cuando yo le respondía, él repetía las palabras aprendidas para hacerlas más suyas.
De pronto, me mostró un arbolillo a modo de rosal. Yo le expliqué que aquellas bolitas rojas eran escarambrujos (o tapaculos) con los que, siendo yo niño, hacíamos collares ensartándolos en un hilo. Pero él, con mejor vista que la mía, insistió para aclararme que aquello eran manzanitas. Y así resultó, para mi sorpresa, cuando me aproximé.
El arbusto en cuestión era el maguillo o manzano silvestre, cuyo fruto es más pequeño que la manzana común. En nuestra tierra de Soria las conocemos como maguillas y entre sus características están su sabor ácido, lo que provoca cierto rechazo para comerlas directamente del árbol, y que no suelen llegar a madurar. Tal designación, acaso un localismo, no figura en el DRAE. En otras partes las denominan “maellas”, e incluso “sagarmines” (del euskera sagar “manzana” y min “agrio”), por el País Vasco.
Nuestro afamado escritor Camilo José Cela, en su colaboración en “La Vanguardia”, de 22 de marzo de 1950, pág. 5, bajo el título: “El andarríos del octavín pasa por el horizonte” hacía referencia a los sagarmines situando al protagonista de su relato en nuestra comarca de pinares. Cito: “(…) Me contó un lego de San Silvestre - truhán, como es de ley, y seco como un sarmiento- que en una ocasión, estando el flautista [Octavio] soplando de su flauta allá por los pinares donde el Duero, aun niño, todavía se llama Duruelo, se le acercó una ardilla que le regaló un sagarmín y tres rositas silvestres, al tiempo que le dijo: -Señor músico, yo, aquí donde me veis vestida con la roja piel de la ardilla, soy una doncella encantada que no me desencantaré hasta que mis oídos escuchen, en una noche de luna, el tañir de una flauta que toque una tocata que se llama la “Pavana para una infanta difunta”. ¿La querréis tocar? El andarríos Octavio se comió el sagarmín, se puso una rosita en cada oreja y otra en el sombrero, y habló de esta manera, con la voz fina que se pone para hablar a los corazones del bosque: -Gentil señorita: yo no sé tocar esa tocata que me decís, ni la he oído en mi vida, pero tampoco es ley que sigáis encantada y que, siendo doncella, viváis sola en el bosque, saltando de rama en rama. Os propongo que os vengáis conmigo. Yo ando despacio y no habéis de cansaros nunca, pero si algún día os cansarais o si quisieseis dormir, siempre encontraréis en el bolsillo de mi zamarra un refugio tan pobre como caliente y seguro (…)”.
Al margen de la magia, por estas latitudes, las maguillas, cuya recolección se efectúa a finales de octubre o inicios de noviembre, al igual que los membrillos, se han usado tradicionalmente como ambientadores, metiéndolas en los armarios donde se guardaba la ropa. No obstante, las maguillas son muy buscadas para elaborar un exquisito licor.
El proceso para hacerlo es similar al que se sigue en la elaboración del pacharán con las endrinas. Así, se seleccionan las mejores maguillas, se les quita el rabo y se cortan en cuatro trozos que se introducen en una garrafa hasta cubrir un tercio de su capacidad y se completará el resto con un anís especial, añadiéndosele incluso un chorrito de orujo. Después, se dejará reposar hasta que pase un año. Finalmente, se cuela y embotella. Y a beberlo, en un chupito frío, tras la comida. Por lo que dicen, es un buen digestivo.
José María Martínez Laseca
(24 de octubre de 2020)
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