Que estamos en tiempo de pandemia nadie lo puede negar. A causa del coronavirus o Covid-19, que tanto está perturbando nuestra existencia cotidiana. Con la mascarilla puesta cubriéndonos nariz y boca, las manos lavadas de continuo y guardando la distancia de un metro y medio. Estamos viviendo, por todo ello, una horrible pesadilla que nunca pudimos imaginarnos. (Si bien es cierto que hace ya un siglo, de 1918 a 1920 con la gran gripe –mal llamada española–, ocurrió algo semejante). En una situación de incertidumbre. Avanzando hacia un futuro sin certezas. Dentro de un territorio en el que aumentan los infectados. Preocupados por el retraso que se advierte en la aplicación de las medidas necesarias. Ansiosos por la salvífica vacuna prometida.
Por tan anunciada, ya se veía venir esta segunda ola y, sin embargo, parece que estamos afrontando su rebrote en las mismas deficitarias condiciones de hace seis meses. Y, por añadidura, con una evidente desunión política. Como se ha puesto de manifiesto entre la Comunidad de Madrid y el Gobierno Central. El Ministerio de Sanidad publicaba este jueves 1-O en el BOE la orden para restringir la movilidad en ciudades de más de 100.000 habitantes con tasa de incidencia superior a 500, y avisa de su obligado cumplimiento en 48 horas, para evitar las salidas masivas durante el fin de semana. Pero Isabel Díaz Ayuso se subleva y recurre ante los tribunales el cierre de Madrid. Pese a que la propuesta fue apoyada por mayoría en la reunión del miércoles por el Consejo Interterritorial de Salud. Con el voto en contra de Madrid, Galicia, Cataluña, Andalucía y Murcia y las Ciudades Autónomas de Ceuta y Melilla. Llamativamente, Castilla y León votó a favor, al prevalecer la ciencia (criterios epidemiológicos) a la política, según alegan. A fin de cuentas, los datos son inquietantes. Y es urgente que se tomen decisiones sensatas y de colaboración entre administraciones encaminadas a salvar vidas.
En España siguen siendo elevadas las cifras de contagios y de muertos, con una evidente presión sobre el conjunto de la atención asistencial y la progresiva ocupación de las UCI. La pandemia ha puesto al descubierto las debilidades de un sistema sanitario público como el nuestro, antes considerado de ejemplar. Ahora con sus diecisiete aplicaciones nacionalistas. Lo que se está denotando es una falta de planificación y de inversión en recursos materiales y humanos. La carencia de un mayor refuerzo a la estructura de la atención primaria, que se está viendo colapsada. Ya son muchos los años que llevamos de precariedad.
Ante la imperiosa necesidad, buscamos ahora, con prisas, donde sea y como sea (contrataciones extracomunitarias y sin el MIR) a esos médicos que nos faltan. Los que se formaron en nuestras universidades, en número de unos 7.000, tuvieron que marcharse a trabajar al extranjero, ante la falta de expectativas. Como plasmaba con ironía un wasap que me llegó días atrás, Pablo Casado clamaba: “Es urgente que Pedro Sánchez contrate a esos sanitarios que nosotros hemos despedido”. Tanta desidia y menosprecio se ha hecho de lo público.
La socorrida máxima de que “la salud es lo que importa”, ha devenido en una frase hecha, vacía de contenido. Se ha dicho, y con razón, que lo que está sucediendo en este país con la pandemia del Coronavirus es un fracaso colectivo. A ver si espabilamos, porque nos van muchas vidas en ello. Y harán falta además planes de reactivación económica y del empleo ante esta desgracia. Para salir de esta, necesitamos recuperar algún atisbo de confianza frente al miedo circundante.
(Posdata: Mientras todo esto acontecía por aquí; allá, en su Argentina natal, fallecía (el 30 de septiembre de 2020) el humorista gráfico e historietista Joaquín Salvador Lavado Tejón (hijo de españoles emigrados), más conocido como Quino. El padre de Mafalda, nacida en 1964 y que llegó a España hace cincuenta años. Esa niña peluda y traviesa que, junto a su pandilla de amiguitos nos hacen esbozar una sonrisa en el curso de sus viñetas y, sobre todo, reflexionar y pensar. Mafalda nos enseña a tomar la palabra y ser contestatarios. Más críticos aún, para saber mirar y así poder ver mejor lo que los políticos nos quieren ocultar. Por eso conviene leer a Quino antes de acostarnos. Para limpiarnos las telarañas de nuestros ojos inundados de tantas vanidades y absurdeces. “Nunca sobra alguien que falta”.)
José María Martínez Laseca
(2 de octubre de 2020)
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