En
este tiempo tan extraño de distopía que nos ha tocado vivir por el impacto del
coronavirus, yo, un tanto harto de dimes y diretes hueros, quiero hablaros de
él. Del hombre que tenía por apellido un gentilicio italiano, con resonancias
del mar
Mediterráneo. Por sus firmes convicciones. Puesto que murió el pasado 15
de mayo, a punto de cumplir los 90 años. Pudo haber sido el futbolista que
soñaba de pequeño. O tal vez quien sabe que otra cosa de no haberse bajado a
tiempo de aquel tren que lo llevaba a Rusia. Pero, en ese caprichoso girar de
la noria del destino, acabó siendo pintor.
Y, aunque fue alumno de la Academia de
Bellas Artes de San Carlos, su creativa vocación ya se vislumbraba cuando, con
tan solo 11 años, repartía carbón, y con su negro tizne dibujaba sobre las
paredes enjalbegadas. Hijo de carbonero, había nacido en Valencia el 31 de mayo
de 1930, dentro de una familia de artesanos. De niño, conoció la España cainita
en blanco y negro de la guerra civil con su dura posguerra de hambruna y
represión. Y mucho miedo, porque su padre era del bando de los perdedores. No
es de extrañar que confesara: el motor de mi vida ha sido el miedo, ha sido una
actitud frente al miedo siempre. Y el miedo a un régimen absurdo y ridículo,
pero que, en cualquier momento, te podía quitar del mapa.
Pronto se rebeló en contra del
conformismo provinciano y se trasladó a Madrid, donde formo parte de grupos
como Los Siete (1949) o Parpallós (1956) que pretendía actualizar el arte. Un
año después viajó por Francia, Bélgica y Países Bajos. La pintura de entonces
reflejaba una agresión contra el ruido visual en un informalismo dinámico.
Cuando, en 1960, expone en Madrid con el grupo Hondo, muestra obras de carácter
expresionista y provocador, con un incipiente neofigurativismo, a la vez que
evidenciaba su interés por los temas sociales. A partir de ahí, su
temática refleja los problemas de la humanidad actual y la fragilidad del ser
humano a través de multitud de personajes solitarios y asustados. Lógica
consecuencia de su compromiso político por la recuperación de las libertades
durante la dictadura de Franco.
Fuera de España, llegó a exponer en
el Moma y en el Guggenheim de Nueva York, Japón, Ciudad del Cabo, Berlín,
París, Londres, Bruselas, Chile o México, entre otros. Y son muchos los museos
del mundo que exhiben sus lienzos.
Asimismo, a lo largo de su vida recibió premios y galardones como la
Mención de Honor de la XXXIII Bienal de Venecia (1966), la Medalla de Oro de la
VI Internacional de San Marino (1967), el Premio Marzotto Internacional (1968),
el Premio Nacional de Artes Plásticas de España (1984), el Premio de las Artes
Plásticas de la Generalitat Valenciana (2002) y la Medalla de Oro al Mérito en
las Bellas Artes del Ministerio de Cultura (2005). Toda una trayectoria
artística que lo consolida como uno de los referentes del arte contemporáneo
español. Como notario inconfundible.
Su cuadro “El abrazo” se ha convertido
en símbolo de la Transición española a la democracia. Si bien, inicialmente, en
aquel 1976, no reclamaba la reconciliación sino la amnistía de los presos
políticos. Por encargo de la Junta Democrática, se imprimió como cartel
reivindicativo, que los progresistas lucían en sus casas. Quienes allí se
abrazan, de espaldas al espectador, no son otros que los presos que salían de
la cárcel. Y tan solo la única mujer, del lado derecho, con sus brazos
abiertos, es la que sugiere ese abrazo sincero. Su recuperación, de las manos
de un coleccionista norteamericano, supuso toda una odisea, y, tras pasar por
el Museo Nacional de Arte Reina Sofía, desde 2016 lo ostenta el Congreso de los
Diputados.
Previamente, en el 2002, Juan Genovés
convirtió dicho cartel -que popularizó Amnistía Internacional- en la escultura
de la plaza Antón Martín de Madrid. Para que no se olvidara la vil matanza de
los cinco abogados laboralistas de Atocha en la noche del 24 de enero de 1977,
cometida por pistoleros de la extrema derecha en un despacho próximo. “Los que luchamos en la resistencia teníamos
una idea fija, la reconciliación de los españoles. Ese cuadro pertenece a toda
la gente que lo hizo suyo por medio de ese cartel”, sentenció el artista.
Por
eso, aquí y ahora, yo vuelvo a reclamar dicho icono. Para que los partidos
políticos se comporten con responsabilidad ante esta calamitosa epidemia del
coronavirus. Puesto que muchas personas,
familias y empresas lo están pasando mal. Y necesidad de supervivencia obliga a
un nuevo pacto para la reconstrucción económica y social. Que garantice esa
futura y diferente realidad de nuestras vidas cotidianas.
José
María Martínez Laseca
(21
de mayo de 2020)
No hay comentarios :
Publicar un comentario