Mucho
me sorprendió a mí –y otro tanto creo sorprenderá a mis lectores– saber que
Gerardo Diego, cuando vino a Soria, el miércoles 21de abril de 1920, hace ahora
cien años, a tomar posesión de la
Cátedra de Literatura, recién conseguida por oposición, en su Instituto General
y Técnico (actual IES “Antonio Machado”), ya se traía la lección bien aprendida del sitio al que llegaba. Y
ello era así, no por su supuesto conocimiento de los grandes embajadores que la
habían trascendido en sus escritos, al ser especialista en la materia: “Poetas
andaluces / que soñasteis en Soria un sueño dilatado: / tú Bécquer, y tú
Antonio, buen Antonio Machado”; sino que respondía a razones de otro tipo, como
aquí vamos a ver.
Gerardo Diego Cendoya, séptimo hijo
del matrimonio formado por Manuel Diego Barquín y Ángela Cendoya Uría, había
nacido en Santander, su cuna y su palabra, el 3 de octubre de 1896. En dicha
capital de Cantabria asistió a la primera escuela y en su Instituto cursó el
bachillerato (1906-1912), pasando luego a la facultad de Filosofía y Letras de
la Universidad de Deusto, donde realizó tres cursos. De cuarto se examinó en
Madrid, obteniendo sobresaliente al licenciarse, en 1916, en la Universidad
Central. Después, en octubre, inició el doctorado.
Con el avance de sus estudios de letras
fue creciendo su vocación literaria. Su arranque poético data de 1918. Hasta el
punto de que en su ciudad natal ya era reconocido como “poeta, crítico y
literato de vasta cultura”. De ahí que, firmado su nombramiento como nuevo
Catedrático el 9 de abril de 1920, al enterarse sus amigos de la “peña” del
Ateneo de Santander, lo festejaron, el inmediato jueves 15, con un banquete en
el restaurante Royalty. Aquí, Gerardo Diego, como recoge, en primera del día
siguiente, el periódico local “La Atalaya”, les recitó su emotivo poema
“Brindis”, a la postre incluido en “Versos humanos” (1925). Por lo que nos
toca, entresaco estos versos: “Amigos: / dentro de unos días me veré rodeado de
chicos, / de chicos torpes y listos, / y dóciles y ariscos, / a muchas leguas
de este Santander mío / en un pueblo antiguo, / tranquilo / y frío”.
Esto último no es baladí. Lo dice
Gerardo Diego con conocimiento de causa, sin tan siquiera haber pisado todavía Soria.
¿Cómo es posible? He ahí la cuestión. En la acaso última visita que nos hizo el poeta “anhelante arquitecto de colmena”, el
sábado 16 octubre de 1981, para impartir su conferencia “Soria sucesora” en la
Casa de cultura, nos reveló el secreto a cuantos allí acudimos a escucharle. Yo
aún conservo la grabación que hice registrando su voz. La clave radica en el
soneto de la penúltima página de su poemario “Soria Sucedida” titulado
“Celestino”. Copio su primer cuarteto: “INOCENTE, aquiescente, guía, asceta, /
flor de credulidad, mi Celestino / me asalto antes que ella en el camino. / Qué
bien me la pintó. Fue su profeta”.
El retratado no es otro que “Celestino García Verde
(1893-1938), de la queridísima familia con la que yo aprendí Soria antes de haber
venido”. Fue su gran confesión. Aunque Celestino nació en Bilbao, su padre
Hermenegildo García Sanz era natural de El Royo (Soria), y veraneaba con sus
hijos en Soria y Derroñadas. La residencia familiar de Madrid la tenían en el
nº 5 de la Calle Felipe IV. “Y allí –nos contó Gerardo Diego– tocábamos el
piano con una hermana de los García Verde, o hablábamos de los conciertos y de
las exposiciones. Íbamos al Museo del Prado que lo teníamos a los pies y lo
pasábamos estupendamente”.
Constatado queda como antes de venir a Soria
hubo un antes. Esa suerte de prehistoria o anticipo que he relatado. Fruto de
la amistad. Una vez llegó a Soria Gerardo Diego también supo integrarse en el
grupo de otros inolvidables amigos. Aquellos que constituían la más avanzada intelectualidad
soriana de la época. Gracias a ellos germinó aquel primer librito no venal de
1923, “Galería de estampas y efusiones”, publicado en Valladolid, que les
dedicó. Y que se engrandeció con “Soria”, editado en Santander en 1948, para
culminar con el definitivo “Soria Sucedida”, impreso en Barcelona en 1977.
Soria, se había convertido así en su novia poética cortejada de continuo.
A ese prolongado enamoramiento
pasional, pues, debemos tan bello loor de Gerardo Diego a Soria, la histórica ciudad
del alto Duero.
José
María Martínez Laseca
(6
de mayo de 2020)
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