Es agosto, en
plena canícula veraniega, el que concentra más fiestas patronales de todo el
año. En muchos de los pueblos de nuestra provincia estas se han visto
trasladadas de su fecha de celebración tradicional, precisamente, porque es en
este mes cuando gran parte de aquellos que otrora emigraron del campo a la
ciudad, ahora regresan a su pueblo, a su Ítaca, a su casa y a sus padres, para
disfrutar de las vacaciones. Toda fiesta es un tiempo de encuentro, de
comunicación. De ruptura, por lo que comporta de sagrado y de excepción. Tiene
la propiedad mágica de cambiar el mundo. Supone un periodo de tregua y escape
de la rutina cotidiana que oprimen al individuo integrado en la sociedad.
Es
lógico relacionar a las fiestas de nuestros pueblos con el calendario agrícola,
dado que en nuestra economía provincial han primado secularmente la
agricultura, la ganadería y la selvicultura. De este modo, es el ciclo de las
estaciones del año, desde la decadencia otoñal al renacimiento primaveral, el
que ha dado origen a los ritos, cuyo objetivo es no solo simbolizar, sino
también evocar esas fases que se repiten con regularidad. Dichos ritos suelen
enlazarse con el mito de una diosa que encarnaría la vegetación y que, como
ella, también muere y resucita. Cual la luna. Entre sus ofrendas el toro, antes
siempre presente en todas aquellas fiestas que se preciaran de serlo, y cuyo
sacrificio se realizaba para invocar las fuerzas renovadoras de la naturaleza y
de la vida humana. Es uno de los ritos más antiguos. Este rito de salvación
pervive en el acto de la misa del cristianismo, que representa el sacrificio
real de Cristo Salvador, ya que cuando el momento de la eucaristía se
pronuncian sobre el pan y el vino las palabras de la consagración, estas
sustancias pasan a ser el cuerpo y la sangre de Cristo.
Las
fiestas de nuestros pueblos concentran las mayores y mejores manifestaciones
del folklore o sabiduría popular. Tales como los juegos, la música, la
vestimenta, la alimentación, la bebida, las danzas, etc. Lo que se practica en
el rito festivo es lo que se relata en el mito. La fiesta es, pues, la
representación de un mito o relato por la que el pueblo que la celebra se
cuenta y se canta a sí mismo. Para definirse en su modo de ser y de vivir. De
ahí las fiestas populares como señas de identidad inequívocas. Que brindan
porque la vida siga igual: “de hoy en un año” o “a otro año”.
José María
Martínez Laseca
(29 de agosto de
2019)