Eran el de la Crescencia y el del
Marino. El primero tenía el salón del café con sus mesas de juego en la planta
superior y la tienda en la de abajo con su puerta orientada al sur. Los viejos del
lugar se sentaban a la solana en los poyos, a derecha e izquierda, para matar
el rato, conversar y fumarse sus cigarros liados con el tabaco picado de
cuarterón. El otro se ubicaba en la casa que hace esquina en la carretera de
salida hacia Los Villares y Cirujales del Río. El local, con ventana al este, ocupaba
la planta baja. El largo mostrador separaba a tenderos de clientes. Yo lo
rememoré en un largo poema que decía: “Esto es estanco, cantina / y tienda de
ultramarinos. / Aquí vendemos barato, / casi a la altura del trigo.” Porque cumplían
todos esos cometidos a la vez más el de centro social, pese a que las mujeres solo
acudían allí a comprar cuanto necesitaban. Allí se vendía de todo: alpargatas, chicles
y caramelos, conservas, galletas, legumbres, sardinas arenques, etc. Mucho de
ello a granel, que se pesaba en una
llamativa báscula.
Los dos cerraron hace tiempo. Ahora el
estudio de la Diputación sobre la situación del comercio en Soria ha venido a
levantar acta de defunción de casi todos ellos. También fruteros –como el amigo
Sergio del Rincón– y pescateros recorrían los pueblos cumpliendo un servicio
social con su venta ambulante. Lo que recién ha innovado “La exclusiva” para
atender a la demanda a las personas mayores y solas, dispersas por nuestro
extenso medio rural.
José
María Martínez Laseca
(19
de julio de 2018)