Un extraño vocablo. -¿Quién está en el “cenotafio”? -Pues nadie. En este monumento funerario el cadáver del personaje a quien se dedica no está presente. Etimológicamente, la palabra proviene del griego: “kenos” significa vacío y “taphos” tumba. En consecuencia, la tumba o sepulcro sin cuerpo se nombra así. Existen cenotafios tan conocidos como las mismas pirámides de los faraones en Egipto y otros, también llamativos, erigidos a personajes ilustres a lo largo de la historia. Obviamente, se dan circunstancias que propician su construcción, dada la imposibilidad de localizar a los difuntos, cual sucede, por ejemplo, con las víctimas de naufragios o soldados muertos en guerras. El sencillo cenotafio que aquí nos ocupa tiene que ver con mi pueblo de Almajano y la infausta guerra colonial de España en el norte de África. Cierto es que ya en el siglo XIX había causado baja un joven almajanero. Fue el 29 de febrero de 1860, cuando Ezequiel Bozal, artillero, cayó muerto en el campo de batalla en acción contra los marroquíes. Pero de él no queda el menor rastro.
A quien acuda ahora al cementerio de Almajano, le llamará especialmente la atención una gran piedra situada enfrente de su puerta de entrada. Requemada de sol, con algún musgo en su superficie, tiene tallada una cruz en lo alto y bajo ella, en relieve, la calavera con las tibias cruzadas. Del conjunto destaca una placa azul encajada en su parte más ancha, donde se lee en letras blancas: “Zoilo Lobera Gómez / soldado de infantería / muerto gloriosamente por la patria / en la campaña de África. / Rogad por él 29 Junio de 1922”. Este mozo, por ser hijo de humildes labradores no pudo pagar las 2.000 pesetas requeridas para evitar de ese modo ir a aquella guerra absurda convertido en carne de cañón. Que así es como acabó muriendo junto con otros compañeros del batallón Aragón, en el sector de Buharrás. Dicen que en una emboscada de los rifeños, al intentar proveerse de agua el convoy en el que iba. Por entonces, había transcurrido un año y pocos días del desastre de Annual, del 21 y 22 de junio de 1921, en un valle situado a 125 kilómetros de Melilla. Una masacre que partiría a España en dos quince años después. A sus padres nunca se lo devolvieron. El Ministro de la Guerra les remitió esa placa azul. Y su pueblo le levantó dicho cenotafio como recuerdo.
José María Martínez Laseca
(31 de agosto de 2017)