El martes 27 de junio me llamó, por teléfono, Pilar Herranz para recabar mi participación en un acto en el IES A. Machado el día 30, Viernes de Toros, a favor de las personas refugiadas. “Se trata de que leas un texto alusivo. Seguro que tú tendrás alguna cosa escrita al respecto”, me dijo. Yo le respondí que contara conmigo, que colaboraría con la causa. Ya a solas, cavilé. Le di varias vueltas al tema. A mi mente acudieron imágenes rebobinadas de muchos telediarios vistos sobre las guerras más cruentas. Como la de la antigua Yugoeslavia en 1990, la de Irak en 2003, o la actual de Siria, junto a conflictos regionales como la ocupación de Palestina o en Sudán del sur, además de otras violencias y persecuciones, en contra de los derechos humanos, sequías y hambres.
Vi a mucha gente en largas hileras, desplazándose a pie, ligera de equipaje. Mujeres con sus hijos en brazos. Alambradas frente a ellos, de afilados espinos, y soldados bien armados, tratando de impedir inútilmente el paso a la desbordada riada de desesperación. O apretujada en embarcaciones precarias, navegando con rumbo a las costas de Europa, pagándole un tributo caro, siempre en vidas, al mar Mediterráneo. El que fue “Mare Nostrum”, ahora se ha convertido en “Mare Mortum”, por los miles de ahogados. A quienquiera que lo vea, se le debería remover la conciencia. A uno le lleva a cuestionar nuestra condición humana, tan egoísta como hipócrita, que trata de invisibilizarlos. Tan reticente a darles acogida en sus países. Desviándolos a Turquía o reteniéndolos en Grecia. Cuanto más lejos. Esa falta de humanidad y de empatía, aun a sabiendas de las dramáticas razones de la partida de sus hogares.
Gobernantes y gobernados somos grandes expertos en la invención de simulacros y coartadas. Porque las conversaciones al más alto nivel sobre las posibles soluciones a adoptar volverán a ser de nuevo más importantes que las propias soluciones en sí mismas. Cómo no iba a recordar yo, en ese momento, nuestra guerra civil. El cruce por los Pirineos de tantos republicanos españoles camino del exilio, buscando un refugio seguro en la vecina Francia, me inspiró el poema que leí allí en memoria de Antonio Machado, sepultado en Colliure, con este verso suyo, tan certero, injertado: “Solo la tierra en que se muere es nuestra”. O el mar, la mar.
José María Martínez Laseca
(6 de julio de 2017)
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