De niño, en la escuela de chicos de mi pueblo, yo trataba de pasar desapercibido ante la depredadora mirada de aquel maestro autoritario, de los de la letra con sangre entra. Manteniéndome siempre en equilibrio, cual hábil funambulista en la cuerda tensa, sin mostrar mis habilidades, ni evidenciar, tampoco, mis torpezas. Al tiempo que él pronunciaba mi nombre, me puse, diligente, en pie. “Léenos esto en voz alta, para que se puedan enterar también todos tus compañeros”, me ordenó categórico, entregándome la Enciclopedia Dalmau. El texto en cuestión estaba formulado como un cuestionario de preguntas y respuestas. Así en su página 29 decía: “P.- ¿Qué partido tomaron los numantinos a la llegada de Escipión Emiliano? R.-Acosados por el hambre y faltos de todo recurso, los numantinos trataron inútilmente de negociar la paz; en lugar de rendirse, mataron a sus mujeres e hijos, dieron fuego a la ciudad, y luchando murieron todos después de quince meses de sitio”. De ese modo es como Numancia, la pesadilla de Roma, quedó fijada en mi memoria primera ya para los restos. A ello contribuyó sobremanera la ilustración, en blanco y negro, que acompañaba al texto representando con crudeza la tragedia. Cadáveres de niños y mujeres desvencijados por el suelo, un hombre que se clava un puñal en el pecho, una mujer que sorbe un vaso de cicuta, otro numantino que, herido de muerte, yergue su cuerpo desafiante a los invasores alzando su brazo derecho, mientras, al fondo, la ciudad arde en llamas.
Pasó bastante tiempo hasta el día en que yo accedí al edificio de nuestra Diputación Provincial por su puerta principal. Al subir su escalera reclamó mi atención un enorme lienzo (335 x 500 cm.) colgado en su pared. Era algo ya visto. Reparé en que coincidía con la imagen antes descrita. Si bien ahora en pintura al óleo, a todo color. Impresionante. Lo contemplé con delectación desde la balconada de su primera planta. Quise saber más y me enteré de que estaba cedido por el Museo del Prado. Que se titulaba “El último día de Nunancia” (1880). Que lo había pintado Alejo Vera Estaca -excepcionalmente dotado para el dibujo-, nacido en el pueblecito de Viñuelas (Guadalajara) en 1834. Y lo soñó así tal vez, porque siendo niño le hablaron también de Numancia como monumento eterno a la Libertad e Independencia de España.
José María Martínez Laseca
(13 de julio de 2017)
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