Hoy es Jueves “La Saca”. Y las gentes de Soria se desplazan multitudinariamente al monte de Valonsadero. Lugar sagrado, sin duda, ya que cobija en sus abrigos rocosos pinturas esquemáticas que dejan constancia expresa de la vida cotidiana –con dedicación al pastoreo y la caza– de los prehistóricos pobladores de la altimeseta del Duero. Y hasta de su religioso culto al sol y al toro, tenidos por dioses. Lo hacen los devotos una vez más, evocando sus orígenes remotos. Tras haber resuelto aspectos organizativos previos, como el nombramiento de los Jurados de las 12 Cuadrillas o barrios en que se divide la capital, y su toma de posesión en “El Catapán”. En los prolegómenos de las Fiestas del Solsticio de verano –cuando el sol está más cerca de la tierra–, cristianizadas como de San Juan o de la Madre de Dios. Cual lo habían hecho con antelación. Primero, en “El Descajonamiento” de los novillos transportados hasta allí en camiones. Luego, de nuevo, durante “El Lavalenguas”. Y, después, en la tan simbólica de “La Compra”. Siempre con la excusa de ver los toros, de jugar con ellos y divertirse en grupo. A modo de cortejo con el animal.
El caso de “La Saca” es diferente, ya que la cosa va en serio. Marca el programa la salida oficial de la comitiva desde la Plaza Mayor a las 9,30 h. Pero el momento culmen se vive al mediodía, cuando un cohete advierte el momento de partida de los 12 novillos desde los corrales de Cañada Honda del monte para su conducción ceremonial, bajo la vigilancia atenta de los numerosos caballistas, hasta los chiqueros de la plaza de toros. No es algo baladí. Con el salvaje animal, la naturaleza y virginal vida del campo retorna a la ciudad. En las religiones mistéricas prohibidas estos ritos de lustración servían para regenerar a la urbe contaminada y decadente mediante el retroprogreso a la pureza del cosmos. No era cuestión de divertir a los ciudadanos, sino de convertir a la vida humana en tragedia de luz y fecundidad. Llega para revelarle el misterio de la inmortalidad. Porque siempre que la civilización entra en crisis y decadencia surge la necesidad de volver a los valores del campo. Y la tauromaquia, en sus manifestaciones rituales y festivas, religiosas o populares, pertenece a ese movimiento de “retorno a la tierra”.
José María Martínez Laseca
(30 de junio de 2017)
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