Siempre he tenido a noviembre que,
cual un equilibrista se balancea entre el verano y el invierno, entre la
claridad y la oscuridad, entre la vida y la muerte, por un mes de indudable
languidez festiva. Así, en cuanto a nuestra provincia de Soria se refiere,
apenas nos encontramos un par de tradiciones populares que sobreviven. Y entiendo
por “tradiciones” esas representaciones mantenidas, como mínimo, desde cien
años atrás a esta parte. Porque, puesto que pertenecemos a una tierra de larga
trayectoria histórica, un siglo no es tanto. Estas tradiciones son: el “Cántico
de las Ánimas” que se acomete en la localidad de Tajueco, al anochecer del día
1 de noviembre, Día de Todos los Santos y la “Fiesta del Toro Júbilo”, que se
celebra en la plaza mayor de la villa de Medinaceli, el sábado más próximo al
día 12 de noviembre. Por supuesto que tuvieron otro sentido y su razón de ser
en consonancia con el modo de vida de sus habitantes, dentro de una economía
autosuficiente de cultura campesina. Ahora, son manifiestamente rituales de
identidad. Es decir, suponen acciones de afirmación y autoestima para las
gentes de esos lugares que, orgullosas de lo suyo, se diferencian de los demás
que carecen de ellas.
Cierto
es que, de un tiempo a esta parte, han surgido otras de nueva implantación,
relacionadas con el culto a los muertos y a sus ánimas. Así la lectura de la Leyenda de Bécquer, desde
un origen común, se ha bifurcado en dos. Una, la más espectacular y masiva, la que
se realiza en Soria capital y la otra que se efectúa en Las Cuevas de Soria,
con el paso del fuego incluido. A ambas también se ha añadido la fiesta del “Samuin”,
en Garray; la que cerraba el periodo templado para inaugurar la estación fría y
oscura, que para los celtas duraba hasta el mes de abril en que llegaba la
primavera.
Las
fiestas populares han de amoldarse al paso de los tiempos para no desaparecer
como los dinosaurios. Pero, en la sociedad actual, de consumismo voraz y
apuesta por el turismo como industria redentora (y de la felicidad), conviene
no desvirtuar lo auténtico y más genuino, y saber diferenciarlo de lo que es
meramente comercial, o puro espectáculo de cara a la galería. Ya vemos que la
gente se apunta a un bombardeo. Noviembre nos mueve al recogimiento interior y
a la reflexión obliga.
José María Martínez Laseca
(19 de noviembre de 2016)
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