Un crimen trascendental aconteció
en Inglaterra el 29-12-1170. La víctima: Tomás Becket. Ni más ni menos que el canciller
de aquel país y buen amigo de su rey Enrique II de Plantagenet, quien lo había
nombrado Arzobispo de Canterbury. Sin embargo, una riña entre ambos, por
asuntos religiosos y de Estado, culminó con el asesinato de Tomás Becket en la
catedral de Canterbury. Cuatro caballeros, inducidos por el rey, le dieron muerte.
E inmediatamente adquirió la categoría de mártir como Santo Tomás Becket el Cantuariense.
En principio, fue enterrado bajo el pavimento de la cripta oriental de la
catedral, pero, en 1220, se le construyó un nuevo sagrario espléndidamente
ornamentado con ricas joyas y con gemas donadas por grandes señores de toda
Europa. Miles de gentes visitaban habitualmente su tumba, convirtiéndose
Canterbury en el segundo centro de peregrinación de occidente tras Santiago de Compostela. En
la obra de G. Chaucer, “Los cuentos de Canterbury”, del siglo XIV, un grupo de
peregrinos, que viajan desde Southwark a Canterbury para visitar el
santuario, nos narran sus deliciosas historias.
Ahora,
hasta el 5 de febrero de 2017, en el CaixaForum de Madrid, puede verse la
interesante exposición “Los pilares de Europa” sobre la cimentación de Europa
durante la Edad Media.
Se exhiben 250 piezas pertenecientes al British Museum. Algunas alusivas a santo
Tomás Becket. Así, un relicario (1200-1300) de cobre dorado y esmalte, donde se
representa su asesinato y hasta 6 curiosas insignias de peregrino (1300-550),
en aleación de plomo, que reproducen la espada del crimen, los guantes del
santo, las campanas que repicaron solas, etc. A modo de recuerdo. No es ajeno a
nosotros. Aquí tenemos dos plasmaciones iconográficas de tan horrendo crimen:
las pinturas murales en las ruinas de la iglesia de San Nicolás de Soria y el frontal de altar en la iglesia de San
Miguel de Almazán. ¿Cómo es posible? El 12-7-1174, un año después de la
canonización de Tomás Becket, el rey Enrique II hizo pública penitencia ante su
tumba. Y sus hijos se preocuparon de extender su culto con el fin de limpiar de
culpa la memoria de su padre. Entre ellos Leonor de Plantagenet, que se había
casado en 1170, en Tarazona, con Alfonso VIII de Castilla, nuestro rey niño y
protector de Soria. Eso lo explica todo.
José María Martínez Laseca
(24 de noviembre de 2016)