A mí también me gusta la
escultura del mastín español, recién colocada en pleno parque central de la Dehesa o Alameda de
Cervantes de nuestra capital. Casi tanto como les agradaba a esos chiquillos -según
pude comprobar la tarde en que me acerqué a contemplarla por vez primera-, que
hacían cola y se turnaban para juguetear con él, trepando hasta su chepa y
cabalgándolo cual si estuviera vivo. Su bella forma la asocié con los dragones
multicolores del Parque Güell de Barcelona -diseñado por el genio creativo de Antonio
Gaudí-, tan característico de la arquitectura modernista catalana.
Y
es que en su ejecución se ha empleado idéntica técnica del “trencadís”
(troceado o `picadillo´), consistente en un tipo de aplicación ornamental del
mosaico a partir de fragmentos cerámicos -básicamente azulejos-
unidos con argamasa. Ello, a pesar de que la idea primigenia del artista
soriano, Carlos Sanz Aldea, era haberlo esculpido en piedra. De este modo, su
coste ha resultado más barato: un total de 6.000 euros. Que, también, figuró en
un proyecto anterior en el tiempo, formando parte de un conjunto monumental en
recuerdo a La Mesta ,
el cual quiso instalarse en el epicentro de la plaza Mariano Granados, previamente
a la construcción del actual aparcamiento subterráneo. Allí, este perro mastín
iba acompañado de un rebaño de ovejas simuladas por grandes bloques de piedra.
Empero, aquel intento resultó frustrado. De ahí que ahora al gran perro se le
note algo triste, por encontrarse solo, echado sobre el suelo con sus patas
delanteras estiradas al frente, en el centro de la superficie empedrada.
Presta,
acudió a mi mente la imagen nítida del “Mastragas”, ese mastín que el “Chisco”,
ganadero de Huérteles, le regaló al Juan Luis de Almajano, una vez jubilado de
la trashumancia con sus merinas a los pastos del sur. Lo recuerdo gigantón y
tranquilo en la plaza de mi pueblo, a pleno sol. Haciendo gala de su carácter
afable, aguantando a los chicuelos, pesados cono moscas, en su derredor. Y él,
que fuera guardián de rebaños y ahuyentador de lobos, no se inmutaba. Y
aguantaba, sin siquiera emitir un ladrido. Bien se merece, pues, el mastín
español este homenaje. Aunque yo hubiera escogido otra ubicación, no teniendo
que desmantelar la Fuente
de la Dama.
José María Martínez Laseca
(6 de octubre de 2016)
José María Martínez Laseca
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