1919. De Tardelcuende, llegan a
Soria Juan Antonio Gaya Tovar y Gregoria Nuño Ortega con sus hijos Benito, Juan
Antonio y Amparo. Gaya es hombre bondadoso y austero, entregado al trabajo y a
la familia. Su prestigio le llevó a presidir el Colegio de Médicos. También
ejercía como profesor de Gimnasia y secretario del Instituto. Pero tiene en la
política su pasión. Pedía progreso en paz. En 1922 había sido concejal y, con la
II República , vicepresidente de la Diputación. Pertenecía
al PRRS y era la mano derecha del diputado Benito Artigas Arpón. El golpe militar
del 18 de julio lo complicó todo. Los requetés llegaban a Soria el 21 por la
tarde. El gobernador Alvajar y el diputado Artigas huyeron a Madrid y Muga,
teniente coronel de la guardia civil, controlaba la plaza. El 22 de julio de
1936, el doctor Gaya es reclamado para atender a un herido, y al ser delatado
se le trasladó detenido al Cuartel de Santa Clara. En su ausencia, los requetés
irrumpen en su domicilio, donde está su esposa con el hijo inválido, y arrojan
algunos muebles a la calle.
La
instrucción de Mola (Madrid, 25-5-1936) decía: “Se tendrá en cuenta que la
acción ha de ser en extremo violenta, para reducir lo antes posible al enemigo,
que es fuerte y bien organizado. Desde luego serán encarcelados todos los
directivos de los partidos políticos, sociedades o sindicatos no afectos al
Movimiento, aplicándoles castigos ejemplares a estos individuos, para
estrangular los movimientos de rebeldía o huelgas”. Su criada, la Bienvenida , le llevaba
puntual la comida, pero aquel día el guardia ya no se la recogió. Ocho presos
fueron despertados a las 3 de la mañana del lunes 17 de agosto por los camisas
azules. En el violento zarandeo al doctor se le cayeron las gafas. Al
reclamarlas, quien fuera alumno suyo en el instituto le espetó: “Sepa,
profesor, que a donde va no las necesita”. Gaya rebusca en su bolsillo el
documento que le exonera de responsabilidades. De nada le sirve mostrarlo. A
las 5 los suben a todos a la camioneta que, en apenas 10 minutos, los deja
junto a las tapias del cementerio del Espino. Amanece. A las 6 de la mañana,
los 8 hombres son fusilados por el pelotón de facciosos. Gaya tenía 60 años. Sus
cuerpos son arrojados a una fosa común. Y en ella siguen. Sin exhumar para
recibir digna sepultura. Se cumplen ahora 80 años de aquella guerra incivil.
José María Martínez Laseca
(25 de agosto de 2016)