Madrid bien se merece, de vez en
cuando, un finde. Volver a transitar sus céntricas calles, sus concurridas
plazas, para reencontrarse con algún viejo amigo allí forjado y adentrarse con
él por librerías, museos…, tratando de aplacar el gusanillo ávido de cultura
como de pan recién hecho. Voy a Madrid en el autobús que viene de Logroño. “Centro
de España, corazón, latido / de fecundas y unánimes orillas”, reza el soneto de
García Nieto pegado en un vagón del metro que tomo en el intercambiador de Avenida
de Ámérica y que me acerca a mi posada cercana a la estación de Atocha. El sol,
protagonista, cae a plomo mientras nos adentramos por el Barrio de las Letras,
que estos días acomete una nueva semana de la gran fiesta del interiorismo, repoblando
sus esquinas y aceras con efímeras instalaciones que asemejan creativos bodegones
barrocos de antigüedades y demás objetos ofrecidos a modo de escaparate y
relacionados con la decoración de las casas. Todo un jolgorio de la imaginación,
algunas de cuyas estampas intento captar con mi cámara fotográfica digital.
Yo sé bien que en el Paseo de
Carruajes del Parque del Retiro se celebra la 75ª edición de la Feria del Libro de Madrid, con
numerosas casetas ofertando las últimas novedades literarias, contando por
reclamo la presencia de los más populares escritores, que firman sus obras.
Pero no acudo a ella, porque a mí me seduce mucho más La Cuesta de Moyano –y el
puesto de Alfonso Riudavest–, con sus libros de lance. Adquiero, entre otros,
la novela “Romanticismo” (2001) de Manuel Longares y el libreto “Paisaje y
Paisanaje” (1973) de Pío Baroja que, bajo el epígrafe de “A orillas del Duero”,
recoge cuatro interesantes artículos relacionados con su viaje, en noviembre de
1901, a
las fuentes del Duero, Numancia y Soria. Mucho hay que ver en los museos. Como
la exposición de El Prado sobre El Bosco, enigmático, en su V centenario, que dejamos
para otra ocasión. Esta vez elegimos en El Reina Sofía la rotulada “CAMPO
CERRADO. Arte y poder en la posguerra española. 1939-1953” , que nos revela
estéticas asociadas a la cruda realidad de la autarquía franquista, con vencedores,
represaliados y exiliados, entre los que fue abriendo su paso J. A. Gaya Nuño.
De regreso a Soria, en la estación de autobuses, me encuentro a Julio
Llamazares.
José María Martínez Laseca
(16 de junio de 2016)
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