viernes, 3 de junio de 2016

Bella Noruega

Comer y leer por alimento. Lo uno para el cuerpo, lo otro para la mente. Y la grata emoción de viajar para conocer la diversidad: otra tierra, otra gente y otra luz. Resta papanatismo, racismo y xenofobia frente a lo extranjero. [“-Ahora digo -dijo a esta sazón don Quijote- que el que lee mucho y anda mucho vee mucho y sabe mucho”. (cap. XXV, II parte)].
            En este mes de mayo y primavera, con el Club de los 60, viajamos a Noruega, en el septentrión de Europa. Un periplo de ocho días. Entrando por Bergen, dinámica ciudad con animado mercado de pescado (donde el vendedor portugués nos menciona el Museo Numantino) y transitamos en autobús por el Valle del Voss y la Región de los Fiordos (enormes brazos de mar adentrándose en tierra), para recorrer en barco los del Sogne y del Geiranger y visitar los impresionantes glaciares de Brysdal y de Boyabreeen al tiempo del deshielo. Son paisajes de primitiva pureza. Diseminadas sus casas de madera con tejados picudos contra la lluvia y la nieve. Resuenan por sus costas leyendas de belicosos vikingos navegantes y se oyen relatos de los míticos trolls, para evitar que los niños campesinos se pierdan en los bosques. Desde el mirador de la ciudad modernista de Alesund contemplamos sus siete islas. Admiramos en Lom su medieval iglesia, toda de madera, y paseamos por Lillehammer, que albergó los Juegos Olímpicos de Invierno de 1994. Concluimos en Oslo, su capital y centro político, económico y cultural. En cuyo Ayuntamiento se otorga el premio Nobel de la Paz. Las palabras de los guías locales elogian la fuerza de sus creadores. Como el dramaturgo Ibsen, el músico Edvard Grieg, el prolífico escultor Gustav Vigeland o Edgar Munch, que pinta “no lo que ve sino lo que vio”.
            El hallazgo de petróleo y gas en el mar del Norte, en 1971, elevó el nivel de vida de Noruega. Y a ella llegan en “movilización exterior” jóvenes españoles, que nos encontramos, para trabajar, tras huir del infierno del paro y la precariedad. En Noruega no hay pijos, pues se desprecia la ostentación y el despilfarro. (Veo unas hermosas fotos de Jon Kolbensena y tendré que leer la reciente novela de Karl Ove Knausgard “Bailando en la oscuridad”). Allí se respetan al semejante y a la naturaleza. Se cuida de lo público. Bella Noruega. Donde gobiernan las mujeres.
José María Martínez Laseca
(2 de junio de 2016)

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