lunes, 27 de junio de 2016

Regreso de los dioses

Los mitos son narraciones extraordinarias con seres extraordinarios del pasado. Su origen precede a la historia y tienen que ver con acciones ejemplares de héroes y dioses. Sin los mitos nos quedaríamos sin explicaciones de la vida humana, ya que guían al hombre dándole respuestas esenciales sobre la creación del mundo o el origen de la vida. Estas reflexiones afloraron a mi mente el día que acudí al Palacio de la Audiencia de Soria y pude contemplar una sorpresiva exposición, que muy bien podría ser tildada de clandestina, por escondida, ya que por ninguna cartelera, ni pared de la ciudad se anunciaba al público. Hay que ascender a la primera planta para verla (hasta el 28 de junio). Si por un casual el curioso espectador lograra conseguir el tríptico referido a la misma, allí verá que responde al sugestivo título de “Invocaciones y advocaciones”.
            La exposición –al modo de un imaginario museo con hallazgos arqueológicos– nos muestra, entre las cajitas que cuelgan de las paredes laterales de la sala y unas vitrinas o expositores en el centro, una serie de pequeñas figuras modeladas en una arcilla terrosa especial y unas pocas en blanco caolín, a veces cuarteadas y a veces también coloreadas. Representan esas deidades y héroes –con gran presencia de féminas– de mitologías europeas y con claras referencias a batallas más o menos conocidas como las  de Numancia (España), de Sarmizegetusa (Rumania), Alesia (Francia), Teotoburgo (Alemania), Culloden (Escocia), etc. Se advierten guerreros, druidas, valkirias, etc. y hasta a Cernunnos y al espíritu del bosque. Asimismo, hay colgantes construidos con cráneos y otros huesos de animales, junto con abalorios.
            Se parte de la tesis de que las creencias y tradiciones politeístas, ante la imposición del cristianismo, optaron por camuflarse bajo su manto. Por lo que aquellos antiguos ritos y tradiciones, tenidos por paganos, todavía persisten y se siguen celebrando. De ahí esa invocación que aquí se hace a su poder, bajo las más diversas advocaciones o nombres, recabando su amparo. Redivivos, pues, en una suerte de eterno retorno. Y no se sorprenderá el curioso espectador al descubrir que se trata de una creación de Antonio Ruiz Vega, autor de libros como “Numancia” y “Los hijos de Túbal”. Porque los mitos viven en el país de la memoria.
José María Martínez Laseca
(25 de junio de 2016)          

miércoles, 22 de junio de 2016

San Pedro Manrique

Situado en el noroeste de la provincia de Soria, en las Tierras Altas, fue San Pedro de Yanguas hasta 1464 en que pasó a llamarse San Pedro Manrique, al tomar el apellido de su señor Diego Manrique de Lara. Su economía tradicional: ganadera y agrícola. De pastores trashumantes de merinas, cuya cultura ha fijado sus señas de identidad. Y es en la villa de San Pedro Manrique donde la celebración festiva de San Juan Bautista adquiere una gran singularidad, puesto que, frente a los credos cambiantes, todavía persiste un significativo conjunto ritual que hoy conjuga elementos remotos junto con otros modernos, que se les  han ido adhiriendo.
Del desarrollo de su trama, extraemos aquellos ritos que  consideramos primigenios o esenciales. Los clasificamos en ritos festivos de la noche y ritos festivos del día. En el primer caso se encuentra el iniciático “paso del fuego” o tránsito con los pies descalzos sobre una alfombra de brasas en la noche del 23 de junio. Sin duda, el más circense por espectacular, ya que constata ese momento mágico en el que lo más increíble a los ojos del espectador se hace realidad. En el segundo caso está la denominada “mañana de San Juan”, del día 24, en la que se procederá sucesivamente a “La descubierta”, repasando a caballo el cerco amurallado de la villa; “La caballada” a la dehesa; “la ofrenda de los arbujuelos” en la ermita de la Virgen de la Peña; “la pingada del mayo” y “las cuartetas” en la plaza.
Al interpretarlos, los más han abundado en la celebración del fin, tras la batalla de Clavijo, del tributo de las 100 doncellas al rey moro. Otros hablan del culto al sol en el solsticio; de purificación por el fuego, etc. Empero, para mí, su clave radica en “las tres mondidas” o puras, vestidas de blanco como novias. Ya elegidas por La Cruz de Mayo, son sus oficiantes principales. En los “cestaños”, sobre sus cabezas, portan panes y flores, claramente asociados con la mujer en sus aspectos culinario y sexual. Con la sensualidad de la naturaleza, el plenilunio y la mitología sacra de fertilidad, tanto de cosechas y ganados como de personas. Se trataría de un ritual de cortejo, que busca con su acción bodas y nuevas crías, cual preconiza el mito misterioso. En eso consiste su virtud benéfica. Para frenar la sangría de la despoblación.
José María Martínez Laseca
(23 de junio de 2016)

viernes, 17 de junio de 2016

Madrid: corazón, latido

Madrid bien se merece, de vez en cuando, un finde. Volver a transitar sus céntricas calles, sus concurridas plazas, para reencontrarse con algún viejo amigo allí forjado y adentrarse con él por librerías, museos…, tratando de aplacar el gusanillo ávido de cultura como de pan recién hecho. Voy a Madrid en el autobús que viene de Logroño. “Centro de España, corazón, latido / de fecundas y unánimes orillas”, reza el soneto de García Nieto pegado en un vagón del metro que tomo en el intercambiador de Avenida de Ámérica y que me acerca a mi posada cercana a la estación de Atocha. El sol, protagonista, cae a plomo mientras nos adentramos por el Barrio de las Letras, que estos días acomete una nueva semana de la gran fiesta del interiorismo, repoblando sus esquinas y aceras con efímeras instalaciones que asemejan creativos bodegones barrocos de antigüedades y demás objetos ofrecidos a modo de escaparate y relacionados con la decoración de las casas. Todo un jolgorio de la imaginación, algunas de cuyas estampas intento captar con mi cámara fotográfica digital.
Yo sé bien que en el Paseo de Carruajes del Parque del Retiro se celebra la 75ª edición de la Feria del Libro de Madrid, con numerosas casetas ofertando las últimas novedades literarias, contando por reclamo la presencia de los más populares escritores, que firman sus obras. Pero no acudo a ella, porque a mí me seduce mucho más La Cuesta de Moyano –y el puesto de Alfonso Riudavest–, con sus libros de lance. Adquiero, entre otros, la novela “Romanticismo” (2001) de Manuel Longares y el libreto “Paisaje y Paisanaje” (1973) de Pío Baroja que, bajo el epígrafe de “A orillas del Duero”, recoge cuatro interesantes artículos relacionados con su viaje, en noviembre de 1901, a las fuentes del Duero, Numancia y Soria. Mucho hay que ver en los museos. Como la exposición de El Prado sobre El Bosco, enigmático, en su V centenario, que dejamos para otra ocasión. Esta vez elegimos en El Reina Sofía la rotulada “CAMPO CERRADO. Arte y poder en la posguerra española. 1939-1953”, que nos revela estéticas asociadas a la cruda realidad de la autarquía franquista, con vencedores, represaliados y exiliados, entre los que fue abriendo su paso J. A. Gaya Nuño. De regreso a Soria, en la estación de autobuses, me encuentro a Julio Llamazares.
José María Martínez Laseca
(16 de junio de 2016)        

martes, 14 de junio de 2016

De la despoblación

¿Acaso no hace falta un proyecto nacional serio con las medidas de integración necesarias del campo en la ciudad? Aun a pesar de que la condición moderna implique lo urbano y la ciudad sea el espacio donde nos socializamos. Habrá entre mis fieles lectores quienes, en la tarde del pasado jueves 2 de junio, asistieran, como hice yo, en el Casino Amistad-Numancia, a la presentación del muy recomendable libro del escritor soriano, fallecido hace trece años, Avelino Hernández Lucas, titulado “Donde la vieja Castilla se acaba”, recién reeditado. Un libro de buena literatura, premonitorio, sin duda, dado que ya en aquél 1982 en que apareció (adelantándose así a la aprobación del Estatuto de Autonomía de Castilla y León mediante Ley Orgánica 4/1983, de 25 de febrero) se recogía con toda su crudeza el drama que supone la diáspora rural producida en la España interior a partir de los años 50 y 60. Que bien podría deducirse por ello que “donde la vieja Castilla se acababa” era en la provincia de Soria, toda vez que esta supone el paradigma de “La España vacía” (como nombra Sergio Molina a su libro subtitulado “Viaje por un país que nunca fue”), a causa de la tan galopante despoblación. Aquí, pues, pocos, envejecidos y dispersos, a lo que cabe añadirse además la fuga de nuestros jóvenes cerebros.
Difícil encrucijada, puesto que la sangría emigratoria sigue. ¿Existe alguna alternativa posible de recuperar este territorio sin convertirlo necesariamente en un mero reclamo turístico? El escritor francés Michel Houellebecq, en su novela “El mapa y el territorio”, concibe a Francia y por extensión a Europa en un gran puticlub-museo-restaurante-Michelín. A la hora de buscar salidas desde la acción política cabe preguntarse: ¿qué se hizo con la denominada Agenda de la despoblación acordada por las Cortes de Castilla y León, en la que se marcaba una estrategia para fijar la población en el territorio? ¿Qué hay de la unidad de Inversión Territorial Integrada (ITI) para Soria, a fin de gestionar los fondos europeos destinados a luchar contra la despoblación? Indudablemente que se trata de un tema interesante para el debate público, de una cuestión que debe resolverse. Y se requerirá para ello de una mayor sensibilidad social y de una actuación emprendedora mucho más decidida.
José María Martínez Laseca
(9 de junio de 2016)


viernes, 3 de junio de 2016

Bella Noruega

Comer y leer por alimento. Lo uno para el cuerpo, lo otro para la mente. Y la grata emoción de viajar para conocer la diversidad: otra tierra, otra gente y otra luz. Resta papanatismo, racismo y xenofobia frente a lo extranjero. [“-Ahora digo -dijo a esta sazón don Quijote- que el que lee mucho y anda mucho vee mucho y sabe mucho”. (cap. XXV, II parte)].
            En este mes de mayo y primavera, con el Club de los 60, viajamos a Noruega, en el septentrión de Europa. Un periplo de ocho días. Entrando por Bergen, dinámica ciudad con animado mercado de pescado (donde el vendedor portugués nos menciona el Museo Numantino) y transitamos en autobús por el Valle del Voss y la Región de los Fiordos (enormes brazos de mar adentrándose en tierra), para recorrer en barco los del Sogne y del Geiranger y visitar los impresionantes glaciares de Brysdal y de Boyabreeen al tiempo del deshielo. Son paisajes de primitiva pureza. Diseminadas sus casas de madera con tejados picudos contra la lluvia y la nieve. Resuenan por sus costas leyendas de belicosos vikingos navegantes y se oyen relatos de los míticos trolls, para evitar que los niños campesinos se pierdan en los bosques. Desde el mirador de la ciudad modernista de Alesund contemplamos sus siete islas. Admiramos en Lom su medieval iglesia, toda de madera, y paseamos por Lillehammer, que albergó los Juegos Olímpicos de Invierno de 1994. Concluimos en Oslo, su capital y centro político, económico y cultural. En cuyo Ayuntamiento se otorga el premio Nobel de la Paz. Las palabras de los guías locales elogian la fuerza de sus creadores. Como el dramaturgo Ibsen, el músico Edvard Grieg, el prolífico escultor Gustav Vigeland o Edgar Munch, que pinta “no lo que ve sino lo que vio”.
            El hallazgo de petróleo y gas en el mar del Norte, en 1971, elevó el nivel de vida de Noruega. Y a ella llegan en “movilización exterior” jóvenes españoles, que nos encontramos, para trabajar, tras huir del infierno del paro y la precariedad. En Noruega no hay pijos, pues se desprecia la ostentación y el despilfarro. (Veo unas hermosas fotos de Jon Kolbensena y tendré que leer la reciente novela de Karl Ove Knausgard “Bailando en la oscuridad”). Allí se respetan al semejante y a la naturaleza. Se cuida de lo público. Bella Noruega. Donde gobiernan las mujeres.
José María Martínez Laseca
(2 de junio de 2016)