Por todo cuanto en esa tarde
mágica del 23 de abril, y primavera, pudimos vivir, participando en el callejeo
literario en torno al libro de “El Santero de San Saturio” de Juan Antonio Gaya
Nuño, organizado por la
Hermandad del Santero -como reza una de las letrillas
recitadas-, es La Saturiada :
“una fiesta singular, / por Soriana y popular, / que va ganando estatura. / Y
es fiesta de la cultura / por reavivar la lectura / y la creatividad. / Que le
echa sal y pimienta / a esta tierra cenicienta / que tiene que prosperar, / ya que o camina, o revienta”.
Y es que en la lectura está, sin
duda, la clave de la educación, al ser
esencialmente comprensiva, es decir que tenemos que enteremos de aquello
que leemos.
Pero, nadie se crea que la
lectura es una actividad simple, toda vez que, lo mismo que el gusto artístico
requiere de una cierta iniciación, de un proceso de aprendizaje acompañado del
hábito lector (que como también se ha podido ver no hace al monje, pero lo
disimula muy bien).
De aquí que se deba propiciar y
promover el gusto por la lectura, sobre todo predicándose con el ejemplo por
parte de los padres en casa. “Si tú lees, ellos leen”, advertía un afortunado
eslogan institucional. Hay pues que encandilar a los niños en la lectura desde
edades tempranas. Lo que todavía se ha de mejorar, ya que si bien es cierto que
se lee mucho en primaria, no lo es menos que se advierte una profunda falla en
secundaria.
Un dramaturgo actual, Juan
Mayorga, en su compilación teatral 1994-2014, incluye el texto “Mi padre leía
en voz alta”, donde refiere como su padre se inició en esta práctica cuando
compartía estudio con un compañero ciego para así ayudarle. Costumbre que
continuó después en casa, por lo que Mayorga reconoce que a él le entró la
literatura por el oído. Y añade,
respecto al gusanillo de la lectura: “ningún niño debería ser privado de
descubrir que los libros pueden hacer su vida más ancha y más honda. Que este
ejemplo lleve a sus hijos a hacer tan enorme descubrimiento”. Y es que los
libros son el artefacto para buscar nuevos espacios, para poder abrazar, como
decía Pessoa, el sueño de la mano del otro, para trasladarnos a nuevos mundos. Eso
es lo que nos posibilita la increíble aventura de leer.
En esta España nuestra en la que,
por culpa de la grave crisis económica que padecemos, se han visto rotas tanto la
clase media como la trabajadora, conviene recordar una vez más, aquel célebre
discurso pronunciado por el genial poeta y dramaturgo Federico García Lorca en
la inauguración de la biblioteca de su pueblo de Fuente Vaqueros, en 1931. Dijo
allí: "Yo, si tuviera hambre y estuviera desvalido en la calle no pediría
un pan; sino que pediría medio pan y un libro." Un deseo que enlaza con lo
antes expresado por el regeneracionista Joaquín Costa al reclamar “Escuela y
despensa” para solventar los males de nuestra patria. Lo que a su vez el poeta
Antonio Machado tradujo por “cultura y trabajo”, como mejor manera de buscar un
nuevo porvenir para aquella España desanimada y desecha tras el desastre del
98, durante el periodo de la restauración, con partidos turnantes -y tunantes-,
que tanto se parecen a los de hoy en día. “Para no olvidar que la cultura es
nuestra vida y nuestro oxígeno, la única cosa que puede cambiar el mundo”.
“Leer perjudica gravemente la
ignorancia” decía otro eslogan con motivo de una feria del libro. Porque la
lectura es una de las mejores formas de alimentar la mente. Por ello nos
recomendaba Raimon Samsó: “Una hora al día es bastante para que esta se exponga
a nuevas ideas y entre en contacto con autores de culturas y mentalidades
diferentes. Leer es el gimnasio del espíritu. Resulta incomprensible que los
índices de lectura del país sean tan bajos cuando es el ingrediente que más
necesitan las personas para su éxito personal y profesional. Todos somos
resultado de la media de los libros que hemos leído en nuestra vida”.
Leer, en definitiva, como la
misma primavera indica: para revivir.
José María Martínez Laseca
(25 de abril de 2015)
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