Juan Antonio Gaya Nuño
(Tardelcuende, 1913-Madrid, 1976) participó como combatiente, con el grado de
teniente de ingenieros, en la guerra civil española, defendiendo la República. Desde
el 10 de octubre de 1936, cuando –tras enterarse, en Madrid, mientras preparaba
oposiciones a cátedras de Universidad, del vil asesinato de su padre en Soria, el
día 17 de agosto, por los nacionales–, decidió enrolarse en el mítico Batallón
Numancia, hasta el 28 de marzo de 1939, en que supo a ciencia cierta que la
guerra había terminado, para él en derrota. Luchó en tierras de la Alcarria. Y el
testimonio de aquella dramática experiencia vivida quedó manuscrito en una
libreta. Casualmente, yo supe de ella por carta de Concha de Marco (30-3-1987),
si bien allí me aludía a su destrucción por Juan Antonio. Mayúscula, por ello, resultó
mi sorpresa al verla aparecer ante mis ojos, en su piso de la calle Ibiza, nº 23,
7º A, al punto del traslado de los
fondos de su legado por la Casa Macarrón.
Ahora, gracias al laborioso y
paciente trabajo de la historiadora Margarita Caballero y del documentalista
Álvaro Sanz para desentrañarla y transcribirla, podemos acceder a su contenido
en letra impresa. Lástima que hayan pasado ya más de 75 años desde su hechura
épica durante aquel conflicto fratricida. Al leerla, se aprecia que se trata de
un texto muy bien redactado, de tipo formal, al modo de los informes oficiales
al uso, que nos da noticia sobre la evolución de la guerra y las circunstancias
en el frente junto a la carretera de Soria. Frío de sentimientos, apenas unas
anécdotas, como la de la provisión de gallinas o el lavado de ropa para ambos
bandos, apuntan la ironía y la gracia narrativa que, sobre idéntico tema, advertimos
en sus seis relatos primeros de “Los Gatos salvajes” (1968) o en su “Sor María
de Asís” de “Milagro a la fuerza y demás prodigios” (2000).
Bello libro, editado por Cálamo,
con un interesante estudio introductorio, avalado por las memorias de Concha de
Marco, pero en el que poco se dice de aquella batalla de Guadajara, en la que
el IV Cuerpo de Ejército republicano frenó el codiciado acceso de los facciosos
a Madrid. Que superó el sistema de milicias, para descalabrar a los flechas
negras italianos, convirtiéndose así en una
máquina militar, capaz de maniobrar.
José María Martínez Laseca
(9 de abril de 2015)
No hay comentarios :
Publicar un comentario