Estamos en tiempo de pandemia por culpa del coronavirus o Covid-19.Tiempo de calamidad que ha convertido en tiempo de penitencia y de privaciones este 2020, un año horrible, que ya está dando sus últimas bocanadas. Desde su primera ola inesperada del mes de marzo, que nos perturbó la florida primavera. Con estado de alarma y confinamiento estricto en nuestras propias casas incluido.
Como consecuencia de su brutal impacto contagioso, hemos dejado de celebrar la teatralizada Semana Santa, nuestras sacrosantas Fiestas de San Juan en torno al toro, las un tanto anodinas de San Saturio patrón y, también, las más modestas fiestas populares de nuestros pueblos. No son buenas las aglomeraciones de gentes para la salud, ya que se nos dice que seis son mayoría y más de esos, multitud.
Y lo que es todavía peor de todo, un tiempo de dolor ya que estamos pagando un impuesto muy caro en pérdida de demasiadas vidas humanas. Cifra escalofriante. Con especial incidencia en nuestros mayores de las residencias de la tercera edad, aislados de sus familiares y faltos de afecto. Se han paralizado actividades culturales y los partidos de fútbol se desarrollan con las gradas vacías de público. Únicamente la vuelta al cole ha sabido adaptarse a la dura circunstancia y va tirando.
La crisis sanitaria, que afecta tanto a nuestra atención primaria como hospitalaria ha provocado, asimismo, una crisis económica de primer orden en nuestro país que asienta su economía sobre tres pilares tan sensibles como el ladrillo, el turismo y la hostelería. Ha caído la actividad económica, desbordándose el déficit público. Porque estamos gastando hasta lo que no tenemos. Y, por ende, hay crisis en el ámbito social y laboral con destrucción de empleo, empresas afectadas por ERES, trabajadores con ERTES y familias sin recursos.
Ahora, desde el pasado mes de octubre, nos encontramos inmersos en la segunda ola del campante a sus anchas coronavirus. Con toque de queda a las 10 de la noche y cierres perimetrales. Con bares y restaurantes con la persiana echada. Y se advierte un cierto retraimiento de la población, que está viendo que las infecciones no se detienen. Que siguen poniendo a prueba nuestra capacidad de resistencia. Hasta psicológicamente. Algunos predicen que la tercera ola será mental.
Avanzamos, pues, a tientas. Llega el invierno y bajan las temperaturas. Con el frío, los virus respiratorios encuentran un hábitat propicio para propagarse e infectarnos. Durante el invierno nuestras actividades se desarrollan preferentemente en espacios cerrados. Y tenemos las Navidades a la vuelta de la esquina. El Ayuntamiento de Soria ya ha completado el ornamento de calles y plazas, bola gigante incluida en la Plaza Mariano Granados. Pronto procederá a su encendido. Se pretende salvar la Navidad.
¿Qué recomendaciones habrá que seguir para que aquellos ancianos que quieran disfrutar de la Navidad con sus familias puedan hacerlo en condiciones de seguridad? ¿Qué aconsejamos a nuestros estudiantes que van a regresar a sus hogares y con qué criterios de seguridad podrán participar en estas celebraciones? Aquellas personas que tengan un sentimiento religioso y quieran asistir a los rituales propios de la Navidad: ¿con qué aforos? ¿Cómo van a dar los niños la bienvenida a sus majestades los Reyes Magos?
Los gobiernos de Madrid y de Cataluña están empeñados en salvar la Navidad a toda costa, aunque eso no parezca tan buena idea. No sería esta la primera vez que se politizan estas fiestas. Lo hizo la derecha con Manuela Carmena de Alcaldesa. Porque se cree que la Navidad es suya. Como la bandera, el himno nacional y, también, como estamos viendo últimamente, hasta de la misma Constitución que sus padres no votaron.
Para superar esta segunda ola no basta solo con doblegar la actual curva de contagios. Eso ya lo hicimos en verano con la primera, para obtener los resultados que padecemos ahora. Por eso el salvamento de la Navidad con el que sueñan los místicos no va a producirse. Sería un gran error. Estas fiestas tan entrañables del solsticio de invierno, esta vez no serán como las tradicionales que conocemos. De jolgorio y derroche. Pese a que en nuestra actual sociedad de consumo a ultranza un frenazo brusco del mismo hace que todo el sistema se nos venga abajo como un castillo de naipes.
¿Economía o salud? Entre la bolsa y la vida debemos optar por la vida. Salvar la Navidad para encontrarnos después de Reyes con una tercera ola -de más contagiados y una mayor letalidad- para la que seguimos sin estar preparados, sería imperdonable. Porque supondría tropezar tres veces en la misma piedra. Son fechas muy delicadas. Y la nueva Navidad exige sacrificios para todos. Porque lo prioritario es salvar vidas.
Nos prometen que el plan de vacunación contra el coronavirus comenzará a aplicarse en enero. El Gobierno quiere tener vacunados a 30 millones de españoles en el primer semestre del nuevo año 2021. La responsabilidad individual y la prudencia son imprescindibles (mascarillas, manos limpias, metro y medio de distancia) hasta que se consiga la inmunidad de grupo. Mientras tanto no podemos bajar la guardia. Ya habrá tiempo para que las familias se reencuentren y suban las bolsas. Esta Navidad, más que nunca, ha de ser sinónimo de de esperanza. Desde la solidaridad.
José María Martínez Laseca
(23 de noviembre de 2020)
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