Es conveniente, de cuando en cuando, volver la vista a lo nuestro. Hacia alguno de los nuestros. En su carnet de identidad: Miguel Delibes Setién. Tercero de ocho hermanos. Nació en Valladolid, el 17 de octubre de 1920. Por lo que decir otoño es, también, decir Miguel Delibes. Se cumplen, pues, ahora cien años de aquel alumbramiento. En su ciudad natal, cursó estudios de Comercio y Derecho. Tras la guerra civil, ejerció de Catedrático de Derecho mercantil en la Escuela de Comercio de Valladolid y, paralelamente, practicó el periodismo en “El Norte de Castilla”, diario de inspiración democrática del que llegó a ser su director desde 1958 a 1963. Empero, sus ocupaciones profesionales de la docencia y el periodismo no aquietaron su vocación de novelista, con la que alcanzó reconocimiento internacional. En ello influyó decisivamente Ángeles de Castro, con quien se casó el 23 de abril de 1946 y tuvo siete hijos, excitando su fervor por la lectura. Notorias son, además, sus aficiones a la caza y a la pesca.
A Miguel Delibes, políticamente liberal y poco amigo de estridencias se le considera un escritor de provincias. Cuando, en 1976, se fundó el periódico “El País” lo reclamaron para director, cargo al que el renunció. Y aunque viajó bastante y, como conferenciante, recorrió los más diversos países, demostró una firme voluntad, de pensamiento y obra, de permanecer fiel a sus raíces, a su territorio. Por lo que decir Miguel Delibes es, también, decir Castilla y lo castellano. Nunca cejó en su denuncia de la marginación y el abandono de Castilla. Siempre vivió en Valladolid y allí murió en su casa el 12 de marzo de 2010, a los 89 años de edad. No en balde, gustaba repetir por coartada: soy como un árbol, que crece allí donde lo plantan.
Lo dio a conocer su primera novela, “La sombra del ciprés es alargada”, impregnada de una cierta angustia existencial, con la que Miguel Delibes obtuvo el Premio Nadal en 1948. Pero sería la tercera, “El camino” (1950), la que lo consagró literariamente. Las correrías, con final trágico, de tres niños, Daniel el Mochuelo, Roque el Moñigo y Germán el Tiñoso, cuando el primero va a partir del pueblo a estudiar bachillerato a la ciudad, nos adentran en la vida aldeana. Se dice que Delibes nunca ha sido un escritor ambicioso, salvo en “Parábola de un náufrago” (1969), si bien ha acreditado ser un novelista tenaz y leal a sus lectores. Tras “La hoja roja” (1959), sobre la vida gris de un jubilado, publicó “Las ratas” (1962), de marcado carácter social, a la que tuvo por su obra maestra, y donde nos muestra la vida de un pueblo castellano con toda su dureza y sus miserias. Decir Miguel Delibes es por ello, también, sinónimo de defensor de la dignidad de la gente del campo. Lo que es, asimismo, patente en el estoicismo de los personajes de sus novelas posteriores “El disputado voto del señor Cayo” (1978) y “Los santos inocentes” (1981).
Nuestra guerra civil del 36 asoma a menudo en sus obras. Sucede, entre otras, en “Mi idolatrado hijo Sisí” (1953), “377A, madera de héroe” (1987) y sobre todo en “Cinco horas con Mario” (1966). Aquí, su viuda Menchu, de clara mentalidad reaccionaria, va hilvanando, mediante un apasionado monólogo interior, sus pensamientos y recuerdos cargados de reproches hacia los ideales de austeridad y las inquietudes sociales y literarias de Mario, su marido. Por lo que decir Miguel Delibes es también apostar por la integración y la comprensión del otro en la convivencia. De este modo, el núcleo argumental de su última obra “El hereje” (1998) es la libertad de pensamiento y de expresión, por lo que supone un claro alegato contra la censura.
Por ende, sus textos cinegéticos, como “La caza de la perdiz roja” (1963) o “Con la escopeta al hombro” (1970), y otros libros, cual “Mi vida al aire libre [Memorias de un hombre sedentario] (1989), le valieron la consideración por parte de sus estudiosos de ser uno de los primeros defensores del medio natural. El 25 de mayo de 1975, al tomar posesión de su sillón como académico de número de la Real Academia Española, Delibes pronunció su innovador y apasionado discurso “El sentido del progreso desde mi obra”. Una declaración de principios, que fue el primer manifiesto conservacionista que llegó a la gente normal en forma de interrogación: “Por qué no aprovechar este acceso a tan alto auditorio para unir mi voz a la protesta contra la brutal agresión a la Naturaleza que las sociedades llamadas civilizadas vienen perpetrando mediante una tecnología desbridada?”. Por desgracia, muchos de sus temores se mantienen hoy vigentes. Por tanto, decir Miguel Delibes es, también, hablar de un defensor de la naturaleza adelantado a su tiempo, cuando la naturaleza no formaba parte de las preocupaciones de una sociedad que bastante tenía con tratar de sobrevivir a las circunstancias.
A lo largo de su trayectoria, Delibes se hizo merecedor de importantes premios y distinciones. Entresaco el Premio Príncipe de Asturias de las letras de 1982, el Premio de las Letras de la Junta de Castilla y León de 1984 y el Premio Miguel de Cervantes de 1993. Además muchas de sus obras se vieron llevadas al cine, a la televisión y al teatro.
Por todo ello, decir Miguel Delibes es reconocer las dotes de un excepcional escritor, con un no menos excepcional dominio del idioma castellano, volviendo común al pueblo lo que del pueblo saliera. O sea, sus propias palabras. Y nos conviene volver a leerlo. Porque, como advirtiera el ilustrado Carl Linneo: si ignoras el nombre de las cosas, desaparece también lo que sabes de ellas.
7 de noviembre de 2020
José María Martínez Laseca
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