“Sale agosto y entra septiembre: / unos trillen y otros siembren”, señala en dos de sus versos el canto acostumbrado de “Las marzas” de Espejón, coreado por los mozos en la noche del 28 de febrero al 1 de marzo para recibir a la primavera, y en el que se caracterizan los diferentes meses del año según sus afanes, como se puede ver en el libro “De hoy en un año. Ritos y tradiciones de la provincia de Soria”, que publiqué, junto con Luis Díaz Viana, en 1992. Iba en consonancia con el calendario agrícola, que seguía el ritmo de las cuatro estaciones, marcado por el rotar de la tierra alrededor del sol y, también, bajo el influjo siempre misterioso y enérgico de la luna.
Escribo, una vez más, desde mi pueblo de Almajano. “Retirado en la paz de estos desiertos”, como advirtió Quevedo. Junto al extenso mar de rastrojos amarillos de los campos de cereal, engullidos por las voraces cosechadoras de ancho peine para extraer el grano de sus espigas y dejar un reguero de paja, después empaquetada en enormes alpacas con formas de prisma rectangular o cilíndrico. Y pienso en aquellos primeros agricultores y ganaderos. A ninguno se nos oculta la importancia que sigue teniendo hoy en día el cultivo de plantas como el trigo, el maíz o el arroz, y la cría de animales como los cerdos, las ovejas o las vacas. Si dichos agricultores y ganaderos no se dedicaran a su cultivo y crianza, sin duda que padeceríamos una gran carencia de alimentos.
Campesina, por su dedicación a tareas vinculadas a la tierra, ha sido tradicionalmente la inmensa mayoría de la gente asentada en nuestra provincia de Soria. Cuando los pueblos estaban repletos, con sus casas habitadas. Estructurados, pues había ancianos, hombres y mujeres trabajadores, mozas y mozos, niños y niñas, conformando los distintos escalones de una pirámide social bien construida. Dentro de una economía de subsistencia. Con mucha dependencia del agua caída de los cielos y de ahí sus creencias religiosas, encauzadas en su liturgia y en sus fiestas de guardar por el calendario del año cristiano.
A partir de finales de los cincuenta, coincidieron el desarrollismo español y la progresiva mecanización de las tareas agrícolas, con lo que el excedente de mano de obra del campo fue buscando un mejor porvenir en las fábricas de las grandes ciudades. Comportó el éxodo masivo o la denominada sangría de la despoblación, que dejó a nuestra Soria vaciada. Media docena de tractores roturan hoy todo un término municipal, apenas quedan pastores con rebaños de ovejas y las abundantes granjas de cerdos están automatizadas.
Muchos de esos nuevos urbanitas regresaban, de vacaciones en agosto y recargaban de vida a sus pueblos de origen. Por eso la mayoría de ellos mudaron sus fiestas patronales a este mes veraniego para celebrar así el gozoso reencuentro. Bien es cierto que este año, por culpa de la pandemia de la Covid-19, se han suprimido tales celebraciones, en evitación de contagios. No obstante, el desplazamiento evidente de gente desde la ciudad al campo ha tenido un efecto de huida del mundanal virus, buscando refugio en zonas rurales tenidas por más tranquilas y seguras.
Sale agosto y entra septiembre y regresan a sus casas aquellos que partieron. El calendario laboral también impone su tiempo a los trabajadores. Además, se inicia el curso escolar tan determinante en la vida cotidiana de las familias. Por ende, en septiembre se reanuda el curso político, con su riña de gatos y el mayor interés centrado en la aprobación de los próximos Presupuestos Generales del Estado. Y torna la liga de fútbol con su modorra. Y el coleccionismo en entregas por fascículos. Es un volver a empezar. Esta vez dentro de un tiempo extraño. De incertidumbre, por el Coronavirus. Que todo lo somete a su dictadura. En espera de la vacuna prometida. Sale agosto y entra septiembre: / unos trinen y otros siembren.
José María Martínez Laseca
(3 de septiembre de 2020)
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