Se entiende por donante a la persona que entrega generosamente algo a otro u otros. Y este es el caso que aquí nos ocupa y que se remonta ya atrás en el tiempo. Con sus protagonistas principales: Juan Antonio Gaya Nuño (Tardelcuende, 1913-Madrid, 1976) y Concepción Gutiérrez de Marco (Soria, 1916-Madrid, 1989), más conocida como Concha de Marco. Que se casaron por lo civil en 1937, durante el conflicto fratricida por antonomasia de nuestro país y que, en 1943, volvieron a hacerlo por la iglesia obligados por el nacional-catolicismo imperante de los vencedores.
Consecuencia de los trabajos y los días contracorriente, de los muchos sudores y no menos penalidades compartidos en el contexto de la dictadura franquista, dada la condición intelectual de Juan Antonio como escritor e historiador y crítico de arte, el matrimonio fue atesorando en su pequeño piso-ermita, sito en el número 23, 7º A de la calle Ibiza de Madrid, un rico patrimonio de libros y de cuadros de los principales pintores españoles del siglo XX. Yo recuerdo aquella casa con sus paredes llenas de estanterías que cobijaban dichos volúmenes y algunos lienzos espléndidos colgados. Tras la muerte de su compañero Juan Antonio, en Madrid, el 6 de julio de 1976, Concha de Marco quedó viuda y sola, desapareciendo prácticamente de la escena pública. Ahora el sentido de su vida se centraba en proyectar la vida y la obra de su esposo a quien idolatraba.
En 1987, el libro “Juan Antonio Gaya Nuño y su tiempo”, de Ignacio del Río Chicote y quien esto escribe, publicado por la Consejería de Cultura de la Junta de Castilla y León, vino a sacarla de su ensimismamiento. Supuso todo un revulsivo. Ella pensó encauzar su objetivo existencial a través de una fundación, pero la frenó la evidencia de los fracasos de otras de reconocidos artistas. Dada la fidelidad a su tierra, quiso dejar la herencia al pueblo soriano. Tampoco confió en las instituciones del Ayuntamiento de Soria, ni en la Diputación Provincial. Y se decidió, al fin, por Caja Soria, que le pareció lo más sólido y seguro. Recientemente, José Sotillos, entonces responsable de la Obra Social de la entidad, me recordaba que recibió su llamada telefónica al respecto. Así, el acuerdo con la Caja para la custodia y difusión del legado bibliográfico, documental y pictórico de Juan Antonio Gaya Nuño se formalizó el 15 de enero de 1988 (que se elevaría a escritura pública el 12 de junio de 1989).
Con Ignacio del Río y conmigo trató largo y tendido Concha de Marco. Sobre todo, para preparar la exposición “Juan Antonio Gaya Nuño, 1913-1976. Entre el espectador y el Arte”, que fue inaugurada en Soria por el Director del Museo del Prado Alfonso Pérez Sánchez el 16 de febrero de 1990. Pero, Concha no la pudo contemplar, puesto que había fallecido en Madrid el 19 de octubre de 1989. De hecho, la urna con sus cenizas llegó a Soria con el traslado del conjunto de su legado cultural el 9 de enero de 1990. Por eso, el cumplimiento de lo acordado quedaba fuera de su control. Y lo que ella concibió como la Biblioteca-Museo Juan Antonio Gaya Nuño, se fue retrasando en el tiempo. Por la rehabilitación del edificio en donde se iba a ubicar en la Plaza de San Esteban, 1 de Soria y porque lo concerniente a la cultura siempre se hace de rogar.
Hubo que esperar a 1996 para la inauguración del que dio en llamarse Centro Cultural Gaya Nuño. Aún transcurrieron diez años más para su apertura al público en general. La cosa se complicó después con las fusiones y el proceso de reorganización de las antiguas cajas de ahorros. Todo lo que parecía sólido se licuaba. Hasta desembocar en Fundos (Fundación Obra Social de Castilla y León). El convenio aprobado por el Pleno de 12 de diciembre de 2019, otorgaba al Ayuntamiento de Soria la gestión conjunta con dicha fundación para un periodo de cinco años.
De ahí que este jueves, 10 de septiembre de 2020, se proceda a una nueva reapertura del Centro Cultural Gaya Nuño. En el mismo sitio, si bien ahora rotulado como Plaza de las Mujeres, 1. Esperemos, pues, que de una vez por todas fructifique el deseo de Concha de Marco. El de una gran mujer, con arrestos, en tierra de hombres. La generosa donante de un verdadero tesoro cultural. Poeta, por añadidura, a la que debiéramos mostrarnos agradecidos. Con una calle a su nombre en su querida ciudad, por ejemplo. Porque es de bien nacidos.
José María Martínez Laseca
(9 de septiembre de 2020)
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