Cierto es que la situación actual no es comparable a la del estado de alarma, con el confinamiento total al que nos vimos sometidos cuando la temida enfermedad vírica sorprendió a todo el mundo dando un vuelco a nuestras vidas. Pero, con la entrada en la denominada nueva normalidad parece que nos hemos confiado demasiado y que hemos querido acelerar el retorno a la rutina anterior. Vemos que en la fase actual de la epidemia se multiplican los nuevos contagios y también siguen las muertes, aunque ahora se da un mayor seguimiento de la cadena de transmisión con los rastreadores y la realidad es distinta. No obstante, la evolución de la tendencia será determinante, también, en lo concerniente a la educación, que dependerá de la autoridad sanitaria.
Se dice que no se puede renunciar a un curso normalizado, apostándose por la enseñanza presencial al 100 %, frente a su alternativa de impartición a distancia, insuficiente, ya que no garantiza esa igualdad en la oportunidad para todos. Lo puso en evidencia la interrupción de las clases al final del curso anterior. Un 30% de los alumnos perdió la conexión con sus profesores, permaneciendo en sus casas sin ningún tipo de práctica de aprendizaje. Aquellos que se conectaron lo hicieron de forma muy irregular. Existe una brecha tecnológica. Y es que el colegio virtual online no consiste solo en tener las herramientas necesarias (ordenadores, tabletas, conectividad, etc.) sino en poseer, además, las capacidades para usarlas.
Por todo ello, aumenta la preocupación de los padres en el momento de llevar a sus hijos a los centros educativos. No quieren que pasen un curso en blanco ni que se les ocasione un agujero en sus conocimientos y en su desarrollo integral. El sistema educativo cumple una función que va mucho más allá de la formativa, ya que posee un carácter socializador. Al mismo tiempo que asume un papel de conciliación entre la vida familiar y laboral. En el peor de los casos, es a las madres a las que les toca hacerse cargo de sus hijos. Y las familias más vulnerables resultan todavía más perjudicadas. Esta preocupación es extensible al conjunto del profesorado que se ve directamente implicado por su contacto con los alumnos y, así mismo, a los directores de los centros para aplicar las medidas preventivas. Además de la distribución de espacios, garantizar la distancia mínima de seguridad en las zonas comunes resulta materialmente imposible.
Pese a ser las Comunidades Autónomas las que poseen las competencias, tanto en educación como en sanidad, estas no están haciendo bien sus deberes, al eludir sus responsabilidades. En su mayoría no tienen claro cómo deben actuar si surge un contagio. Y esperan a ver quien le pone el cascabel al gato. Para que sea otro el que cargue con las culpas si la cosa va mal. Por eso están pendientes de la celebración de la Conferencia de Presidentes Autonómicos con el Presidente del Gobierno. Para que se moje y se queme el Gobierno central, elaborando un protocolo común de actuación.
Abrir los colegios comporta un riesgo innegable, y su funcionamiento en la modalidad presencial para impartir los contenidos conceptuales, procedimentales y actitudinales no va a resultar nada fácil. Quedan muchos interrogantes abiertos y las soluciones son escasas; pero, el no hacerlo supondría un mal aún mayor. Hay que saber estar a la altura de las circunstancias, adoptando todas las medidas de seguridad. Porque la educación de nuestros niños y jóvenes es algo sumamente importante. Se hace camino al andar. Y de nada servirá, después, llorar sobre la leche derramada.
José María Martínez Laseca
(20 de agosto de 2020)
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