lunes, 31 de agosto de 2020

Nostalgia de Gerardo Diego

Nostalgia es un sentimiento de pena por la lejanía, la ausencia, la privación o la pérdida de alguien o algo queridos. “¡Fui muy feliz durante mi breve estancia en Soria!”, pudo muy bien exclamar, con nostalgia, Gerardo Diego Cendoya (Santander, 3 de octubre de 1896 – Madrid, 8 de julio de 1987), tras su paso por estos pagos del alto llano numantino. Siempre hay una primera vez que nos marca a todos de una manera especial. Y tras aprobar las oposiciones, con fecha del 9 de abril de 1920 se produjo su nombramiento como catedrático de Lengua Castellana y Literatura del Instituto General y Técnico de Soria. Entonces, el único existente en la provincia. Soria era, pues, su primer destino como funcionario docente.
       Lo mismo que lo fue antes (1907-1912) el de Antonio Machado como catedrático de Francés. En cierto modo, podemos decir que Gerardo Diego subió a nuestra ciudad, siguiendo la estela de Antonio Machado, para soñar, como él, en verso. Dada su condición de joven poeta. De hecho, el año anterior, había visto publicado su primer poema, “Vocación”, en la Revista Castellana (nº 29, enero-febrero de 1919) dirigida por Narciso Alonso Cortés, quien fuera su profesor de Preceptiva Literaria en el Instituto General y Técnico de Santander. Y aunque Gerardo Diego había compuesto en 1918 su emotivo “Romancero de la novia”, este no saldrá impreso hasta 1920. 
       En la “Primera antología de sus versos (1918-1941)”, apartado I, Iniciales (1918) figura con el título “Poeta sin palabras” el poema que dice: “Voy a romper la pluma. Ya no la necesito. / Lo que mi alma siente yo no lo sé decir. / Persigo la palabra y solo encuentro un grito / roto, inarticulado, que nadie quiere oír. // ¡Dios mío, tú el Poeta! ¿Por qué no me concedes / la gracia de acertar a decir cosas / bellas? / Dame que yo consiga -merced de las mercedes- / interpretar las flores, traducir las estrellas. // Yo escucho sus secretos. Yo entiendo su lenguaje. / No el ser sordo, el ser mudo es mi condenación. / Para mí es como un alma dolorida el paisaje / y el mundo es un sonoro y enfermo corazón. // Llevo dentro, muy dentro, palabras inefables / y el ritmo en mis oídos baila sus armonías, / mientras vagan perdidas, ciegas e inexpresables / yo no sé qué interiores, soñadas melodías. // Como un niño que tiende sus bracitos desnudos / a las cosas y quiere hablar y no sabe y llora... / así también ante ellas se abren mis labios mudos / de poeta sin palabras que el gran milagro implora. // Tú, Señor, que a los mudos ordenabas hablar, / y ellos te obedecían. Pues mi alma concibe / bellas frases sin forma, házmelas tu expresar. / Ordénale ya "Habla" al poeta que en mi vive. //
       Según opinaba su maestro Narciso Alonso Cortés, en 1948: “Es la eterna avidez de los poetas, que buscan sin tregua la expresión del ideal absoluto y tratan naturalmente de encontrarla en lo incorpóreo, lo etéreo, en la eliminación de la materia y la consecución de esa “poesía pura” que tanto juego ha dado en los últimos años. Mas ¡ay! que siempre tropezarán con el obstáculo de la palabra, incapaz de volatilizarse entre fragancias inefables. Sería necesario que pudieran trasfundir, por radiación, los sentimientos de su espíritu en el de los demás, y que todos fuéramos aptos para recibirlos e interpretarlos”.
       Siempre a vueltas con las palabras, Gerardo Diego declarará su oposición a toda inmovilidad o estancamiento. De este modo con su libro “Imagen” (1922) demuestra una audacia poética, que mantendrá en “Manual de espumas” (1924), y que continuará después. Y aunque se le atribuya en su prolífica creatividad poética una dualidad problemática: neotradicionalismo / vanguardismo, nos encontramos en realidad con un poeta considerable, dueño de un universo de temas, obsesiones y formas y otro muy ágil capaz de todo tipo de destrezas técnicas. 
       Ni que decir tiene que, consecuencia de su estancia en nuestra ciudad, desde su llegada el 21 de abril de 1920 hasta que en septiembre de 1922 se trasladó al Instituto de Gijón, Soria se convirtió en una de sus obsesiones o temas recurrentes de su poesía. Desde su primoroso librito “Soria: galería de estampas y efusiones” (Valladolid, 1923), reanudado por “Soria” (Santander-Madrid, 1948) y culminado en “Soria sucedida” (Barcelona, 1977). Es este un poemario benemérito, muy digno de ser frecuentado en nuestras lecturas, que muestra una visión entrañable de Soria.
       En este soleado mes de agosto, yo siento nostalgia de Gerardo Diego. Anhelante arquitecto de colmena, quien fue labrando celdilla tras celdilla la miel de la mejor y más sana poesía española. La del 27. Y es una lástima que el brutal impacto de la pandemia del Coronavirus –tan contagioso como letal– en nuestras vidas cotidianas haya opacado los actos conmemorativos del centenario de su llegada a Soria. 
       ¡Qué gran suerte ha tenido la ciudad –y las tierras y las gentes– de Soria en ofrecer la transparencia de su alma a la lúcida mirada de poetas como Antonio Machado y Gerardo Diego!
José María Martínez Laseca
(27 de agosto de 2020)

La vuelta al cole con la Covid

El inicio del nuevo curso escolar 2020-2021 o tradicional vuelta al cole, tras el recreo del periodo vacacional veraniego, está ahí mismo, a la vuelta de esquina. Son más de 8 millones de estudiantes y casi 700.000 profesores de la enseñanza no universitaria los que regresan a los 28.211 colegios e institutos existentes en nuestro país. Pero, con ser complicado ya de por sí siempre el proceso en su arranque, en este caso lo es mucho más, dadas las especiales condiciones que concurren. Y es que la permanencia de la epidemia de la Covid-19, puesto que el virus no acaba de irse, y no hay tratamientos eficaces, ni vacunas que lo corrijan de manera inmediata, lo complica todo al alza, a la hora de garantizar un retorno seguro a las aulas. 
       Cierto es que la situación actual no es comparable a la del estado de alarma, con el confinamiento total al que nos vimos sometidos cuando la temida enfermedad vírica sorprendió a todo el mundo dando un vuelco a nuestras vidas. Pero, con la entrada en la denominada nueva normalidad parece que nos hemos confiado demasiado y que hemos querido acelerar el retorno a la rutina anterior. Vemos que en la fase actual de la epidemia se multiplican los nuevos contagios y también siguen las muertes, aunque ahora se da un mayor seguimiento de la cadena de transmisión con los rastreadores y la realidad es distinta. No obstante, la evolución de la tendencia será determinante, también, en lo concerniente a la educación, que dependerá de la autoridad sanitaria.
      Se dice que no se puede renunciar a un curso normalizado, apostándose por la enseñanza presencial al 100 %, frente a su alternativa de impartición a distancia, insuficiente, ya que no garantiza esa igualdad en la oportunidad para todos. Lo puso en evidencia la interrupción de las clases al final del curso anterior. Un 30% de los alumnos perdió la conexión con sus profesores, permaneciendo en sus casas sin ningún tipo de práctica de aprendizaje. Aquellos que se conectaron lo hicieron de forma muy irregular. Existe una brecha tecnológica. Y es que el colegio virtual online no consiste solo en tener las herramientas necesarias (ordenadores, tabletas, conectividad, etc.) sino en poseer, además, las capacidades para usarlas. 
      Por todo ello, aumenta la preocupación de los padres en el momento de llevar a sus hijos a los centros educativos. No quieren que pasen un curso en blanco ni que se les ocasione un agujero en sus conocimientos y en su desarrollo integral. El sistema educativo cumple una función que va mucho más allá de la formativa, ya que posee un carácter socializador. Al mismo tiempo que asume un papel de conciliación entre la vida familiar y laboral. En el peor de los casos, es a las madres a las que les toca hacerse cargo de sus hijos. Y las familias más vulnerables resultan todavía más perjudicadas. Esta preocupación es extensible al conjunto del profesorado que se ve directamente implicado por su contacto con los alumnos y, así mismo, a los directores de los centros para aplicar las medidas preventivas. Además de la distribución de espacios, garantizar la distancia mínima de seguridad en las zonas comunes resulta materialmente imposible. 
      Pese a ser las Comunidades Autónomas las que poseen las competencias, tanto en educación como en sanidad, estas no están haciendo bien sus deberes, al eludir sus responsabilidades. En su mayoría no tienen claro cómo deben actuar si surge un contagio. Y esperan a ver quien le pone el cascabel al gato. Para que sea otro el que cargue con las culpas si la cosa va mal. Por eso están pendientes de la celebración de la Conferencia de Presidentes Autonómicos con el Presidente del Gobierno. Para que se moje y se queme el Gobierno central, elaborando un protocolo común de actuación. 
      Abrir los colegios comporta un riesgo innegable, y su funcionamiento en la modalidad presencial para impartir los contenidos conceptuales, procedimentales y actitudinales no va a resultar nada fácil. Quedan muchos interrogantes abiertos y las soluciones son escasas; pero, el no hacerlo supondría un mal aún mayor. Hay que saber estar a la altura de las circunstancias, adoptando todas las medidas de seguridad. Porque la educación de nuestros niños y jóvenes es algo sumamente importante. Se hace camino al andar. Y de nada servirá, después, llorar sobre la leche derramada. 
José María Martínez Laseca
(20 de agosto de 2020)

Sobre los insultadores

No se trata de empezar faltando. Pero, lo que aquí vengo a tratar es algo que pasa todos los días, por desgracia, dada nuestra condición humana, capaz de lo mejor y, también, de lo peor. Lo leemos en los periódicos, lo escuchamos en las emisoras de radio y lo vemos y oímos, con sus rostros parlantes y sus correspondientes acompañamientos gestuales cuando aparecen en los diferentes canales de televisión, dado su carácter audiovisual. De ellos, por añadidura, se hacen eco las denominadas redes sociales que transmiten la difusión de sus bulos con un crecimiento exponencial o multiplicador, dada nuestra dependencia de las pantallas. 
      Por supuesto, que me estoy refiriendo a los locuaces ofensores que, en vez de opinar o conversar civilizadamente, con educación y urbanidad, para que fruto de ese intercambio de pareceres surja la luz, se dedican a insultar, como quien escupe, mintiendo con mucha soltura y descaro, a sabiendas de que lo hacen, y, pese a que resultan chirriantes en sus falsos argumentos o falacias, siempre, consiguen engatusar a algunos incautos, así como a cuantos están encantados de oír aquello que realmente quieren escuchar. Tenemos una gran capacidad de apasionarnos y de ahí que ellos se dirijan directamente a las vísceras en lugar de a la inteligencia, a la razón, que los repelería. Son un ejemplo constante de mala seducción. El filósofo Manuel Cruz acierta en identificarlos, de “profesión: sus insultos”. Por mucho que se disfracen con piel de cordero. 
      Es preciso que nos lo tomemos en serio y que los denunciemos públicamente, poniendo al descubierto a quienes de modo tan irresponsable actúan. No pretendamos que las cosas cambien si nosotros continuamos haciendo lo mismo. Es cierto que existe mucha hipocresía al respecto, ya que el insultador suele ser una figura muy jaleada en nuestro país, siempre y cuando tenga como diana de sus invectivas a los demás y a mí no me afecte lo más mínimo. En realidad, no deja de llamar la atención que en esta cuestión se haya puesto tanto el acento en el quién, en vez de en el qué, único asunto que debería preocuparnos. Hasta los científicos concluyen que debemos cuidar lo que decimos. El lenguaje positivo tiene recompensa y nos hace alcanzar metas y hasta vivir más años. No obstante, en esto del insulto la competencia es grande.
      No se interprete cuanto digo en el sentido de que soy contrario al libre ejercicio de la crítica. Siempre he pensado que todo aquel que juzga, opina o critica, puede ser a su vez criticado. Ya sea este político, juez, periodista o cualquier hijo de vecino. Pero siempre atendiendo a argumentos y razones y no a insultos y descalificaciones injuriosas, o con argumentos “ad hominen”. Yo soy muy partidario de la crítica constructiva, partiendo del pensamiento crítico al que le concedo una gran importancia. Hasta el punto de que para mí debiera ser uno de los pilares esenciales de toda educación ciudadana que se precie de serlo. Enseñándonos a saber discernir con criterios de verdad mediante los cuales podamos distinguir lo verdadero de lo falso, el trigo de la cizaña, y estar seguros del valor de un enunciado. Un pensador crítico debe reconocer y evitar los prejuicios cognitivos, identificar y caracterizar argumentos, evaluar las fuentes de información, y evaluar los argumentos. 
      En definitiva, naturalizar el insulto, frente al pensamiento crítico, supone el paso previo a legitimar la violencia entre iguales.
José María Martínez Laseca
(13 de agosto de 2020)  

jueves, 6 de agosto de 2020

La mitificación de Bécquer


Siempre que he descendido desde nuestro altiplano numantino hasta Sevilla, he aprovechado la ocasión que se me brindaba para visitar esos lugares, para mí sagrados, de esa ciudad de la Giralda y la Torre del oro, que baña el río Guadalquivir. Y me refiero, en concreto, a los que tienen mucho que ver emocionalmente con nuestros tan admirados poetas compartidos. Así, una vez acudí, presto, al Palacio de las Dueñas, donde nació Antonio Machado, como conmemora la placa adosada a su fachada que señala: “En una habitación de este Palacio nació, el 26 de julio de 1875, el poeta  Antonio Machado. Aquí conoció la luz, el huerto claro, la fuente y el limonero. Ayuntamiento de Sevilla 1985.”
Otra vez, me adentré, también, cómo no iba a hacerlo, por el Parque de María Luisa para contemplar la glorieta con el monumento levantado para rendir tributo y recuerdo a la memoria del poeta insigne Gustavo Adolfo Bécquer. De hecho, guardo como oro en paño una fotografía en color donde yo me encuentro sentado con los brazos apoyados en mis rodillas, mirando de frente a la cámara, en la segunda de las escalinatas que lo circundan. En verdad que me agradó su singular belleza y la armónica composición del conjunto. Y me sorprendió mucho conocer más tarde que no fue  nada fácil alzarlo, requiriéndose un largo proceso, puesto que hubo de esperarse hasta 1911, cuarenta y un años después de su fallecimiento.
Sabido es que tras  morir G. A. Bécquer, el 22 de diciembre de 1870, un grupo de sus amigos más cercanos se encargó de publicar sus Obras, con sus famosas Rimas, que salieron a la luz un año después. A partir de ahí se comenzó a forjar su imagen de poeta con sensibilidad malherida, que pese a su talento no obtuvo el reconocimiento de la gente y cayó en el infortunio. Se dice que esa distorsión de la realidad fue promovida por sus admiradores de Sevilla que buscaban el reconocimiento póstumo de su paisano. Pero otros, frente a ellos, entendían que no se trataba “más que de un poetilla y además heterodoxo”. El caso es que esas posturas de amor y de rechazo contribuyeron a glorificarlo, vinculándolo más a la leyenda que a la verdad. Lo analiza la profesora Marta Palenque en su libro: “La construcción del mito Bécquer. El poeta en su ciudad, Sevilla, 1871-1936”, Ayuntamiento de Sevilla, 2014.
            Asimismo, me enteré de que hubo, previamente, varios intentos de afirmación estatuario, como el de Antonio Susillo, que resultaron fallidos, y que en base al impulso dado por los hermanos Joaquín y Serafín Álvarez Quintero en 1909, mediante la cesión de derechos de autor de su obra “La rima eterna”, pudo por fin concluirse el monumento que venimos mencionando en honor del poeta romántico. Diseñado por Lorenzo Coullaut, fue inaugurado en 1912. Su planta es circular y en su centro se encuentra un gran ciprés de los pantanos. Sobre una pilastra clásica se asienta la escultura de medio cuerpo del poeta Gustavo Adolfo Bécquer envuelto por una capa española. A su lado, tres figuras de mujeres sedentes a tamaño natural, en clara alegoría del amor que llega, el amor que vive y el amor que muere. Todo ello está tallado en mármol blanco. Aún se añaden dos figuras en bronce de amor alado, una preparando la flecha para lanzarla y otra caída y agonizante. Es uno de los monumentos más hermosos que tiene Sevilla y que se ha convertido en lugar de peregrinación para los enamorados y los amantes de la literatura.
Gustavo Adolfo Bécquer (Sevilla 1836- Madrid, 1870), en tanto que origen y estética de la modernidad, es uno de nuestros escritores más leídos, después de Cervantes. A la mitificación de su persona ha contribuido, sin duda, su muerte prematura, con tan solo 34 años. Pero, posiblemente, con toda una serie de tópicos e incluso de falsedades añadidas que nos dificultan poder llegar al Bécquer auténtico. El que, gracias a su inestimable legado creativo, ha resultado victorioso frente al polvoriento olvido y el poder destructivo del paso del tiempo.
José María Martínez Laseca
(6 de agosto de 2020)