Han
pasado 75 años de aquel 27 de febrero de 1945. Los soldados rusos, que entraron
victoriosos a liberarlos, se horrorizaron al ver los cuerpos famélicos de los
prisioneros esclavizados que salieron a su encuentro. Conviene no olvidarlo. Por
eso lo recuerdo. Aconteció “No hace mucho, no muy lejos”, como se titulaba aquella
exposición que dirigió Luis Ferreiro en Madrid. Trataba, precisamente, sobre
Auschwitz-Birkenau, en Polonia, el principal de los seis campos de exterminio construidos
por los nazis durante la II Guerra Mundial. En ella se nos mostraban algunos de
los objetos que portaban las víctimas para su aseo personal, sus calzados de
diferentes tamaños, las ropas que cubrieron a hombres, mujeres y niños, y hasta
montones de sus cabellos cortados. Pruebas evidentes del asesinato, con
premeditación y alevosía, de más de un millón de personas, a lo largo de sus
cinco años de existencia (1940-1945). Nos narraban la horrorosa historia de
aquel genocidio étnico, político y religioso. Yo pude apreciarlo in situ,
cuando visité su recinto en agosto de 2017. Con su perímetro coronado por alambradas
de espino y estratégicas torres-vigía de los barracones de madera, que eran
salas de espera donde se alojaban los sentenciados a morir en las cámaras de
gas.
La vía del ferrocarril se adentraba
inocente en aquella boca del lobo. Muchos trenes de mercancías transportaron
hacia ella, hacinados en vagones, cual ganado, a los deportados (judíos,
gitanos, y demás enemigos, reales o imaginarios, del Tercer Reich). Incluso
hubo quien hizo negocio con la desgracia ajena. Mediante el engaño. Como la
agencia de viajes sangrienta Mitteleuropä Reisebüro (MER), que amplió su
cometido a los “turistas” que viajaban hacia la “solución final” cobrándoles el
billete de tren. Eso sí, los niños solo pagaban la mitad. Auschwitz-Birkenau
era, pues, la estación de destino. Forjadas en hierro,
en su puerta de entrada, estas tres cínicas palabras: Arbeit macht frei (el
trabajo hace libre).
¿Cómo pudo pasar lo que pasó sin que
nadie fuera capaz de imaginarlo antes siquiera? El ascenso al poder del Partido
Nacional Socialista Alemán de los Trabajadores, liderado por Adolf Hitler,
convirtió a los judíos en chivo expiatorio de todos los males de Alemania. “Los
judíos nos roban”, fue su coartada. Tan de actualidad. Y todavía hay quienes
niegan el holocausto y promueven la amnesia. La desmemoria.
José
María Martínez Laseca
(6
de febrero de 2020)
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